Tribuna:

El atasco

MIGUEL ÁNGEL VILLENA

Muchos forasteros que visitan Valencia por unas horas o por unos días coinciden en el caos de tráfico en una ciudad que, por su tamaño medio y por su población -unas 730.000 personas-, debería garantizar una circulación más fluida. Coches aparcados en doble y hasta triple fila, ausencia de una señalización adecuada, motocicletas rodando por las aceras, nulo respeto por el carril reservado a autobuses y a taxis o escasez de aparcamientos públicos dibujan un panorama apocalíptico que siempre se agrava en las vísperas navideñas. Hay que decir por adelantado que resulta...

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MIGUEL ÁNGEL VILLENA

Muchos forasteros que visitan Valencia por unas horas o por unos días coinciden en el caos de tráfico en una ciudad que, por su tamaño medio y por su población -unas 730.000 personas-, debería garantizar una circulación más fluida. Coches aparcados en doble y hasta triple fila, ausencia de una señalización adecuada, motocicletas rodando por las aceras, nulo respeto por el carril reservado a autobuses y a taxis o escasez de aparcamientos públicos dibujan un panorama apocalíptico que siempre se agrava en las vísperas navideñas. Hay que decir por adelantado que resulta un empeño difícil la regulación del tráfico en una ciudad que estuvo amurallada hasta finales del siglo XIX y que posteriormente creció de forma desordenada y especulativa.

Pero, sentada esta premisa, el liberalismo de las autoridades municipales llega a extremos de emergencia en el tráfico. Ese liberalismo del equipo que dirige Rita Barberá ha entronizado el vehículo privado como un auténtico Dios al que deben obediencia y sumisión tanto los peatones como aquellos que se mueven en transportes públicos. Quizá sean el urbanismo y el tráfico los dos sectores donde el rostro de la política conservadora municipal ha mostrado más sus preferencias por la iniciativa privada en perjuicio de la planificación pública. No extraña, pues, que un reciente informe del Instituto de Robótica de la Universidad de Valencia subraye que "mientras el desplazamiento privado mantenga ventajas tales como la posibilidad de aparcar ilegalmente sin excesivos riesgos, la aparición de métodos alternativos como el metro no tendrá un efecto profundo sobre el uso del coche". Mas no parece dispuesto el Ayuntamiento a poner el cascabel al gato del tráfico. Un gato donde se dan cita, por una parte, el aprecio casi patológico por su coche de muchos ciudadanos, que consideran la máquina una prolongación de su ego y, por otro lado, los intereses de las grandes superficies comerciales o de los todopoderosos fabricantes de automóviles. Entretanto, bienvenidos hoy al atasco de un puente de cinco días.

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