Editorial:

Tragedia reiterada

TURQUÍA VUELVE a vivir la pesadilla. El 17 de agosto pasado murieron, en una catástrofe de unas decenas de segundos, más de veinte mil personas. El viernes volvió a temblar la tierra y la misma maltratada región del noroeste del país volvió a sumirse en el pánico. Unos 400 muertos y 3.000 heridos, según las últimas estimaciones. Y una oleada inmensa de dolor que no puede dejar indiferente a nadie.Es cierto que muchos de estos dramas pueden racionalizarse y que se pueden adjudicar responsabilidades. Turquía tiene una de las regulaciones de construcción más estrictas y elaboradas del mundo. Prec...

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TURQUÍA VUELVE a vivir la pesadilla. El 17 de agosto pasado murieron, en una catástrofe de unas decenas de segundos, más de veinte mil personas. El viernes volvió a temblar la tierra y la misma maltratada región del noroeste del país volvió a sumirse en el pánico. Unos 400 muertos y 3.000 heridos, según las últimas estimaciones. Y una oleada inmensa de dolor que no puede dejar indiferente a nadie.Es cierto que muchos de estos dramas pueden racionalizarse y que se pueden adjudicar responsabilidades. Turquía tiene una de las regulaciones de construcción más estrictas y elaboradas del mundo. Precisamente porque es un país que se sabe sobre algunas de las fallas más activas del mundo. Pero las reglas no se cumplen casi nunca y esto es, sin duda, un fracaso de esa empresa común que siempre tiene que ser un Estado para verse legitimado en la vida cotidiana de sus ciudadanos. Turquía es un país que, desde la situación más difícil imaginable como es la descomposición de un gran imperio histórico y la pérdida de más de tres cuartas partes de su territorio, se volcó en su intento de fomentar una vocación europea donde no la había. Los estados de su entorno en Oriente Próximo se lanzaron casi todos a la satrapía personal. Turquía buscó vínculos occidentales de escaso arraigo popular.

Ha pagado muchas facturas por ello. Pero hay que recordar que las manifiestas violaciones de los derechos humanos que se producen en Turquía son tan condenables como poco comparables con las de sus vecinos que emanan de las mismas tradiciones.

Turquía vive una inmensa tragedia que se debe tanto a factores que están fuera del control de los estados, la ciencia y los seres humanos, como a muchas imperfecciones de un Estado que se proclama democrático, pero que carece de algunos elementales sistemas de fiscalización de los poderes públicos. Pero Turquía, y ante todo las víctimas de esta tragedia y de las anteriores, merecen ayuda urgente para intentar salir de este círculo vicioso de damnificados continuamente visitados por el desastre.

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Europa, y España en particular, han demostrado su agilidad y sensibilidad a la hora de enviar ayuda ante esta nueva tragedia. La solidaridad y la compasión son emociones que dignifican a todos. Pero es la prevención la que mide el grado de desarrollo de los pueblos. En esa apuesta, la de prevenir, evitar y paliar las desgracias de nuestras sociedades ante cataclismos tan terribles, está la esperanza de una mejor vida en común.

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