Tribuna:

Distorsiones

A los andaluces siempre nos han atribuido las gracias y desgracias más peregrinas. No se trata de ninguna novedad, claro. La cosa viene de lejos, al menos del segundo tercio del XIX, cuando ciertos estimables escritores extranjeros de paso por España, preferentemente franceses y románticos, se inventaron una Andalucía que no era sino la exacerbación de algunos superficiales y episódicos aderezos andaluces. Sin duda que todo eso afectó de manera irremediable al recuento de rasgos de nuestra personalidad. Entre otras cosas, porque fue esa distorsionada versión costumbrista la que más perseveró a...

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A los andaluces siempre nos han atribuido las gracias y desgracias más peregrinas. No se trata de ninguna novedad, claro. La cosa viene de lejos, al menos del segundo tercio del XIX, cuando ciertos estimables escritores extranjeros de paso por España, preferentemente franceses y románticos, se inventaron una Andalucía que no era sino la exacerbación de algunos superficiales y episódicos aderezos andaluces. Sin duda que todo eso afectó de manera irremediable al recuento de rasgos de nuestra personalidad. Entre otras cosas, porque fue esa distorsionada versión costumbrista la que más perseveró al otro lado de nuestras fronteras y, en muchos deplorables casos, intramuros de Andalucía.La última perla en este sentido proviene del señor George W. Bush, hijo del ex presidente norteamericano de igual nombre, aspirante a presidente él mismo y actual gobernador de Texas. Este señor se refirió el otro día a las "extrañas costumbres" de los habitantes del Sur de España. Copio literalmente sus declaraciones: "Ustedes no duermen nunca. Mi hija estuvo en Cádiz el año pasado y me dijo que muchos ciudadanos se quedaban toda la noche sin dormir, bebiendo sangría". Así que ya lo saben: aparte de nuestros defectuosos gustos etílicos, somos mayormente unos borrachines insomnes. No sé por qué rutas gaditanas andaría la hija del señor Bush, pero la credulidad deformante del progenitor -que, por cierto, es el dirigente político que más penas de muerte ha firmado en EE UU- tampoco supone ninguna excepción. Lo que sí está claro es que este Bush júnior tiene ya mucho ganado para instalarse en la Casa Blanca, ocupada comúnmente por personas que, en el mejor de los casos, no están muy seguras de saber localizar la Península Ibérica en un mapamundi.

Recuerdo a este respecto la estupidez que contaba García Lorca a propósito de esa impresentable fantasía sobre la holganza del andaluz en general y del gaditano en particular. Es un cuento muy difundido: una vez le preguntaron a un gitano del clan bajoandaluz de los Espeleta, que por qué no trabajaba. Y él, "con una sonrisa digna de Argantonio" -que ya es afinada comparación-, contestó que cómo iba a trabajar si era de Cádiz. O sea, que fueron los propios andaluces quienes procuraron divulgar de algún modo todas esas zarandajas folclóricas. La autocomplacencia en el cultivo de semejantes tópicos no fue desde luego ajena a la desafortunada propagación de ciertas ficticias reputaciones, algunas de las cuales aún siguen haciendo las veces de rémoras sumamente enfadosas.

Sin duda que se podría confeccionar una prolija y divertida antología del disparate con tantas consecutivas mixtificaciones de la vida cotidiana andaluza. Pero ni siquiera eso tendría ya gracia. Es más, pienso que incluso esta clase de críticas quejumbrosas quedan ya un poco trasnochadas, han agotado su presunto efecto corrector. Es como si se nos hubiese pasado la oportunidad de usarlas provechosamente. Aunque, bien mirado, tampoco hay que sacar las cosas de quicio. Incluso estoy dispuesto a intentar la peligrosa prueba de la sangría.

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