Tribuna:

LA CRÓNICA Quitarse del periodismo AGUSTÍ FANCELLI

Venía el otro día en este periódico: el 40% de los periodistas ha pensado alguna vez en cambiar de profesión. Ramón de España lo piensa una media de dos veces por semana; es decir, cuando se encamina hacia su ordenador para decir algo y se le plantea la pregunta ontológica por excelencia: "Y usted, ¿a qué se dedica en esta vida?", a lo que no puede más que responder: "Pues mire, yo opino". "No es normal pasarse el día opinando. Debería ser rotatorio, como dice Van Gaal. De lo contrario el riesgo que se corre es acabar diciendo siempre las mismas cosas. Yo, a la que me descuido, hablo de Zelest...

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Venía el otro día en este periódico: el 40% de los periodistas ha pensado alguna vez en cambiar de profesión. Ramón de España lo piensa una media de dos veces por semana; es decir, cuando se encamina hacia su ordenador para decir algo y se le plantea la pregunta ontológica por excelencia: "Y usted, ¿a qué se dedica en esta vida?", a lo que no puede más que responder: "Pues mire, yo opino". "No es normal pasarse el día opinando. Debería ser rotatorio, como dice Van Gaal. De lo contrario el riesgo que se corre es acabar diciendo siempre las mismas cosas. Yo, a la que me descuido, hablo de Zeleste". Ha publicado hace unos días La llamada de la selva (Edhasa), corrosiva sátira ambientada en el mundillo intelectual local. El humor le parece una manera terapéuticamente fiable para distanciarse de la profesión y no acabar del todo zumbado. De un zumbamiento espectacular trata efectivamente su novela, que uno se traga en un par de horas: el de una patum mediática que acaba abrazando una causa extrema molotov en mano. No es un tema nuevo en Ramón: sus anteriores novelas, Redención y Un mundo perfecto, ahora reeditadas, también trataban de personajes que intentaban salvarse de sí mismos por la vía del delirio que les quedaba más a mano. "Es cierto, escribo de gente que un día se levanta y se dice: "Esto no puede seguir así". Y en ese momento aparece el delirio. Pero es un delirio con estilo, a lo grande. Siempre atribuyo a ese gesto un componente heroico. De hecho lo respeto mucho". En el capítulo de las referencias, Ramón apunta al Fassbinder de El asado de Satán, protagonizado por un poeta revolucionario en plena crisis creativa al que, tras mucho esfuerzo, le sale un poema que todo el mundo juzga nazi y él acaba apuntándose a un descerebrado grupúsculo de extrema derecha. En otro momento de la conversación aparece inevitablemente Boadella: "Me muevo en un territorio similar al suyo. No creo hacer puro petardismo. Hay una reflexión, un discurso que no pretendo que sea trascendente, pero sí que nos ayude algo a pensar". Ese discurso es el del relevo generacional. Es decir, el tapón generacional. "Los que tenemos 40 y pocos años hemos sido siempre los hermanos pequeños a los que nuestros mayores nos han mirado por encima del hombro, perdonándonos la vida. Es cierto, nos han dejado escribir en los medios que ellos dirigían y eso ya es mucho, porque cuando Pemán era la referencia ellos no fueron tratados con la misma generosidad. De hecho, toda la gente que retrato en la novela me parece salvable. Pero el problema no es esa generación, y ni siquiera la mía, que por lo demás ha dado una extraordinaria muestra de incapacidad a la hora de organizarse, sino la de los que vienen detrás, los que tienen ahora menos de 30. Son tipos que se pasan la vida soportando capones: "Yo a tu edad ya me había ido de casa", "No tienes ni idea de qué es correr por unos ideales delante de la pasma", etcétera. Se les trata con paternalismo y a lo sumo se les permite hablar de piercing en Tentaciones, que es lo único que hay tras el hundimiento de la prensa underground. Digo yo que, aparte de taladrarse la oreja, esa gente debe de tener más ideas. Pero no las conocemos". No es nada baladí, pues, lo que plantea de fondo Ramón de España por la vía del humor. Humor, que no cinismo, precisa: "El cinismo cada día me interesa menos, pues es el resultado de la impotencia: puesto que no puedo cambiar las cosas me río de ellas. Y eso no es. Yo creo que la agitación mental contribuye a cambiar las cosas, y si no lo consigue, por lo menos ayuda a soportarlas mejor". Es decir que, a pesar de los altibajos, él sigue a flote, con un aceptable remanente de ilusión. Ahora mismo, tras haber dejado de beber y casi de fumar por el curioso método de meter el paquete de cigarrillos en el buzón de casa ("las ganas de encender un pitillo se me pasan por la pereza de tener que ir a buscarlo hasta allí"), piensa quitarse también de la opinión: "A partir del verano que viene quiero tomarme un año de periodismo sabático. Ya me veo en pleno mono, arrastrándome por la redacción con dos folios en la mano implorando verlos publicados. Pero espero resistir". ¿Y qué piensa hacer Ramón de España en ese año? "Pues escribir otro libro". Ya. El 40% de los periodistas ha pensado en dejar la profesión alguna vez. Pero las noticias de que alguien lo haya hecho se producen con cuentagotas.

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