Tribuna:

Fata Morgana

MIQUEL ALBEROLA María Consuelo Reyna fue una de las figuras más singulares de la transición y de lo que ha sucedido luego, dicho sea desde la diferencia y la repulsa por el método y el discurso que instauró en Las Provincias, ahora que su propio entorno le ha arrebatado el pedestal desde donde ha elevado el mal de ojo a la categoría de sacramento tipográfico. Ningún personaje contemporáneo ha convulsionado tanto a Valencia -y por ser éste el epicentro de un territorio, también al resto del país-, como esta periodista agria, que desde 1972 dirigió el periódico decano desde la subdirección, mie...

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MIQUEL ALBEROLA María Consuelo Reyna fue una de las figuras más singulares de la transición y de lo que ha sucedido luego, dicho sea desde la diferencia y la repulsa por el método y el discurso que instauró en Las Provincias, ahora que su propio entorno le ha arrebatado el pedestal desde donde ha elevado el mal de ojo a la categoría de sacramento tipográfico. Ningún personaje contemporáneo ha convulsionado tanto a Valencia -y por ser éste el epicentro de un territorio, también al resto del país-, como esta periodista agria, que desde 1972 dirigió el periódico decano desde la subdirección, mientras don José Ombuena se empleaba a fondo en el dístico elegíaco. Destiló su temperamento de hechicera jugando al poder cuando Fernando Abril Martorell apostó fondos reservados a grupúsculos, que fueron simplemente franquistas con piel de cordero regionalista, como fuerza de choque para desgastar al PSOE en beneficio de UCD. Aunque el experimento se le fue de las manos a ese estratega y derivó en un movimiento de vísceras y entrañas que ella lideró, adoctrinó, agitó y usó a su antojo. Ése fue el día en que Fata Morgana hibernó a Merlín. Desde su laboratorio decidió asuntos que correspondían a instituciones públicas, nombró gobiernos, interfirió trayectorias, criminalizó actos y actitudes democráticas, incluso a ciudadanos respetables, y sojuzgó a empresarios y gobernantes y sembró el desasosiego en el paisaje político, social, económico y cultural. Desde la distorsión de la línea de su periódico libró esa misma guerra de sentimientos equívocos sobre todos los escenarios: los libros de texto, las esculturas públicas, el jardín del Turia, la Universidad o el Palau de la Música. Día a día suministró la dosis de ponzoña necesaria para prolongar la adicción a un trastorno que algunos, ahora con el síndrome de abstinencia, confunden con la defensa de la personalidad y los intereses valencianos. Pero su mérito también ha sido en gran parte la inanición de todos los que desde la irresponsabilidad han preferido el sometimiento a pararle los pies. Ahora todos los que tuvieron en ella una referencia para bien o para mal se sienten desorientados, que es un estado que precede casi siempre al futuro.

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