Tribuna:URBANISMO

Quién te ha visto, Castellana, y quien te ve

¿Hay en los anales de Madrid historia más triste que la del paseo de la Castellana? ¿Historia más decepcionante que la de ese paseo, hasta hace poco de primera línea entre los europeos, que luego ha sido triunfo del especulador y que hoy, aún, se castiga y se pretende banalizar ad náuseam?Dejemos para otra ocasión el túnel que se quiere taladrar en el paseo del Prado , también la especulada extensión de la Castellana por Chamartín... y atendamos a algo en apariencia más superficial, pero en ningún modo menos contundente: las obras de remodelación del paseo de la Castellana que se están llevand...

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¿Hay en los anales de Madrid historia más triste que la del paseo de la Castellana? ¿Historia más decepcionante que la de ese paseo, hasta hace poco de primera línea entre los europeos, que luego ha sido triunfo del especulador y que hoy, aún, se castiga y se pretende banalizar ad náuseam?Dejemos para otra ocasión el túnel que se quiere taladrar en el paseo del Prado , también la especulada extensión de la Castellana por Chamartín... y atendamos a algo en apariencia más superficial, pero en ningún modo menos contundente: las obras de remodelación del paseo de la Castellana que se están llevando a cabo entre Colón y Ortega y Gasset. ¿A qué obedecen estas obras -multimillonarias, por cierto- que han trastocado, sin mayor consideración, este privilegiado enclave de Madrid? ¿A qué mano se debe el proyecto? ¿Con qué licencia se ha intervenido en zonas de especial protección? ¿Cuál es la razón, en fin, que ha llevado a destruir el amable trazado del paseo por un vulgar enlosado de granito?: para cualquier observador resulta claro que lo llevado a cabo no obedece tanto a una idea cuanto a una ocurrencia, una simple y arrolladora ocurrencia: ¡todo granito! ¡Fuera zonas terrizas!, ¡fuera aligustres!, ¡fuera el aislarse de los coches!: ¡todo granito! Y nada de atender a los reales problemas de conservación y mantenimiento que son los que deberían haber sido tenidos en cuenta.

Bajo el lema "todo granito" se han desmantelado las zonas terrizas que, por un lado, permitían que el suelo respirara (queda por ver qué va a ocurrir con la estupenda arboleda al impermeabilizar la vaguada...) y, por el otro, estructuraban el paseo, en dos asimétricos andenes, de manera inteligente y coherente a la estética de jardín (estableciendo matices, relaciones y distancias, delicados retranqueos para los bancos de piedra...). En su lugar, la dureza geométrica del plano de granito.

En todo caso, se podían haber aprovechado tan costosas obras para redibujar los trazados de las aceras, corrigiendo los bastantes mordiscos que las continuas concesiones al tráfico rodado han venido produciendo en los jardines..., pero el automatismo de esa "ocurrencia" no ha parado mientes en ello (automatismo que llega a ser patéticamente registrable cuando se repiten, sin más -eso sí, en granito-, los recrecidos y chapucillas que se habían venido haciendo con bordillos de hormigón...). ¿La justificación del Ayuntamiento?: la razón por la que se han eliminado las zonas terrizas es -sostiene- la de ganar más espacio para el peatón. ¡Curiosa manera de conseguirlo! Decir que estas obras buscan más espacio para el peatón es una lisa tomadura de pelo a la ciudadanía (comparable a aquella otra de decir que la razón de ser de los chirimbolos era la tan ecológica de recoger pilas o botellas usadas...). He aquí lo primero que se tendría que haber hecho si de veras se hubiera querido pensar en el peatón, en el paseante: restituirle su derecho a andar por la superficie y no obligarle a pasar -en Colón, justo donde empieza la flamante reforma del paseo- por las horcas caudinas de los pasos subterráneos; ¿cómo se explica que, con estas obras de "mejora", ni se haya pensado en resolver esta cuestión?.

Tampoco hubiera estado de más que, por ese prurito de dar más espacio al peatón, se hubiera mirado la triste condición de las aceras de las vías laterales del paseo: no se ha reparado en la posibilidad -tan evidente, tan deseable- de ensanchar esas aceras, mezquinamente estrechas e indecorosas para los nobles edificios que rematan. Al menoscabo de la idea de zona ajardinada que ha supuesto el convertir todo en una acera dura hay que sumar la desdichada intervención en los elementos vegetales: ¿a qué viene eliminar el seto de aligustre que -además de subrayar adecuadamente la condición perspectiva del paseo- constituía un eficaz aislamiento visual del tráfico rodado? (estamos a tiempo aún de comparar -entre lo llevado a cabo y lo por llevar- el distinto modo en que el tráfico se hace presente en el paseo).

Otras muchas preguntas cabría hacer: ¿qué decir del nuevo mobiliario urbano?, ¿qué sentido tiene sustituir los estupendos bancos de piedra?, ¿por qué las ilimitadas concesiones a la publicidad de los chirimbolos, emplazados -claro está- en los puntos más destacados?, ¿en qué se ha querido convertir el histórico paseo con la desmedida iluminación que se ha instalado?

A la vista de las críticas al resultado de esta reforma (el Ayuntamiento, recodémoslo entre paréntesis, ni siquiera ha tenido valor de inaugurarla en condiciones), el concejal de Cultura, Juan Antonio Gómez-Angulo, afirmó antes de las elecciones locales que el equipo municipal había recapacitado y que no se llevaría a cabo la tercera fase del proyecto (lo que queda más allá de Ortega y Gasset). Lástima es que los responsables de la Administración municipal sólo sean capaces de ver los errores cuando éstos ya están consumados; pero más lástima sería que tal afirmación sólo hubiera sido un guiño electoral, y ahora, alcanzada la apurada mayoría absoluta, se lo pensaran dos veces y acariciaran de nuevo el reemprender las obras... Ello daría al traste, definitivamente, con lo poco que de ese otrora magnífico paseo ha logrado escapar a la incuria inculta de quienes nos gobiernan; mucho nos tememos que así sea, aunque sólo fuera porque mantener el antes y el después -a uno y otro lado de Ortega y Gasset- es más que elocuente paralelo, harto incómodo, que interesa muy mucho hacer desaparecer.

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Javier García-Gutiérrez Mosteiro es arquitecto y vocal del Club de Debates Urbanos.

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