Tribuna:

Topofobia

MANUEL PERIS De un tiempo a esta parte da la impresión de que el territorio valenciano no tenga más infraestructura viaria pendiente que el encumbrado AVE, a pesar de que la consignación presupuestaria que requiere su construcción sea tan volátil como las siglas del dichoso tren. Cualquier referencia a otras grandes obras públicas como la carretera nacional Sagunto-Burgos, es decir la conexión aragonesa con todo el norte peninsular y el suroeste francés, parece olvidada. Los empresarios del transporte han insistido durante años en la importancia de la vía a Francia a partir de Somport. Pero ...

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MANUEL PERIS De un tiempo a esta parte da la impresión de que el territorio valenciano no tenga más infraestructura viaria pendiente que el encumbrado AVE, a pesar de que la consignación presupuestaria que requiere su construcción sea tan volátil como las siglas del dichoso tren. Cualquier referencia a otras grandes obras públicas como la carretera nacional Sagunto-Burgos, es decir la conexión aragonesa con todo el norte peninsular y el suroeste francés, parece olvidada. Los empresarios del transporte han insistido durante años en la importancia de la vía a Francia a partir de Somport. Pero aún cuando de momento la autovía se limitara a llegar a Zaragoza, sería ya un notable adelanto al permitir el enlace con la autopista del Ebro y sus ramales a Pamplona, Logroño y Bilbao; y mediante autovía, la conexión directa con Vitoria, San Sebastián y Burdeos. Las ventajas que la autovía con Madrid ha reportado al puerto de Valencia se han hecho evidentes al poco del término de las obras, convirtiéndose en una prolongación para su crecimiento comercial. Estos días el puerto está negociando con General Motors su vuelta a los muelles valencianos para la exportación de los vehículos Opel que la multinacional norteamericana produce en la fábrica zaragozana de Figueruelas. Para el puerto se trata de recuperar un cliente que perdió por las ventajosas condiciones que el transporte por carretera a Tarragona ofrecía respecto a Valencia. Hoy, la autovía a Zaragoza poco ha avanzado desde aquella lejana época en que Eugenio Burriel relevó a Rafael Blasco al frente de la Consejería de Obras Públicas y consiguió acabar con aquella nefanda carretera que atravesaba todos los pueblos de la falda de la Calderona. Pero la autovía sigue parada por la parte aragonesa, mientras que por el lado valenciano apenas ha logrado llegar a las puertas de Segorbe y aún le quedan muchos kilómetros por delante a través de las tierras del Alto Palancia y el llano de Barracas antes de ganar la meseta turolense. Sin embargo, para los que tienen que enfrentarse a la obsoleta nacional Sagunto-Burgos, tal vez lo que más desasosiego produzca no sea la falta de obras, sino el silencio de gobernantes y opositores. ¿Cómo interpretar esos silencios cuando se llenan la boca hablando a raudales de lejanos proyectos? Silencio de la alcaldesa de Valencia y presidenta de la Federación Española de Municipios y Provincias, Rita Barberá, a quien no parecen interesar en demasía las comunicaciones de la ciudad que representa. Silencio del presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, para el que influir en las inversiones del Estado poco tiene que ver con su consigna del poder valenciano. Y lo que es más grave, pues su misión en la oposición es pedir, silencio de los socialistas valencianos sumergidos en una interminable batalla familiar, de cuyo penúltimo episodio de terapia de grupo, a la espera del congreso, daba cuenta ayer en este periódico Joaquín Ferrandis en una impagable crónica. Así que uno reclama la autovía aunque sólo sea por pura nostalgia de las vacaciones, o como defendía Unamuno, para viajar por topofobia, "para huir de cada lugar, no buscando aquél a que va, sino escapándose de donde parte".

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