Reportaje:

Aprendices de alfarero

Ella es antropóloga; él, físico. Son Marián y Juan, una pareja de madrileños en la treintena que regentan desde hace cuatro meses Pinta en Copas, la primera tienda-taller de cerámica pintada que existe en España. Una "experiencia-piloto" que lleva años triunfando en ciudades como San Francisco, Nueva York, París o Londres, pero que resulta más difícil de llevar a cabo por estos lares, donde, se lamenta Marián, "la gente se corta más a la hora de probar algo nuevo". Y esto lo es.La idea es sencilla: el cliente acude a comprar una pieza de cerámica pintada, pero lo que obtiene es la pieza en bar...

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Ella es antropóloga; él, físico. Son Marián y Juan, una pareja de madrileños en la treintena que regentan desde hace cuatro meses Pinta en Copas, la primera tienda-taller de cerámica pintada que existe en España. Una "experiencia-piloto" que lleva años triunfando en ciudades como San Francisco, Nueva York, París o Londres, pero que resulta más difícil de llevar a cabo por estos lares, donde, se lamenta Marián, "la gente se corta más a la hora de probar algo nuevo". Y esto lo es.La idea es sencilla: el cliente acude a comprar una pieza de cerámica pintada, pero lo que obtiene es la pieza en barro blanco, virgen, inmaculado, y un pincel. Siguiendo las indicaciones de Marián y Juan, y armado de una completa colección de esmaltes de colores, aprenderá a diseñar y pintar su propio jarrón, macetero, tetera, taza o cenicero. Todo eso en menos de una hora y aderezado con café o té, a su elección, y música suave de fondo. El precio del cursillo intensivo y la pieza terminada, tras unas horas de cocción (a más de 1.000 grados de temperatura), oscila entre las 1.000 y las 4.000 pesetas, dependiendo del tamaño de la obra.

"Mucha gente viene sólo a relajarse pintando un rato; otros acuden buscando un regalo especial y personalizado para los suyos, o simplemente quieren probar sus habilidades pictóricas", explica Marián, alma máter del taller, que lleva toda su vida conviviendo con la cerámica, primero como afición y ahora como profesión, aunque aclara que es antropóloga y está haciendo el doctorado sobre un pueblo de indígenas de Nicaragua. Juan es profesor de Física en la Universidad Complutense, pero ya hace también sus primeros pinitos en esto de la alfarería. La tienda-taller la llevan ambos, con la ayuda de la hermana de ella, su madre ("el socio capitalista", dicen) y su cuñada.

"Viene gente de todo tipo", cuenta Juan, "aunque la mayoría son jóvenes". De edad o de espíritu, aclaran. "Las niñas de 12 o 13 años se vuelven locas con la cerámica, y además tienen mucha imaginación con los pinceles", añade Marián. También hay quien acude para dejar de lado el estrés, aunque sólo sea durante una hora. "Como aquel broker que dibujó un gran pulpo sobre un plato hondo enorme", recuerda Juan. "Tenía que irse de viaje y dijo que unos amigos vendrían a recogerlo. Aún está aquí", dice sonriendo. "Probablemente sólo quería relajarse un rato". Otros coinciden en las mesas de trabajo y entablan amistad. Marián recuerda un reciente romance entre dos aprendices de alfarero que se sentaron a pintar en la misma mesa y acabaron yéndose a bailar juntos.

La mayoría viene en busca del regalo sorpresa. Se traen a sus novias, hermanos, padres o amigos, y les obsequian con un rato divertido y, además, una pieza de cerámica personalizada. Claro que eso puede dar lugar a malentendidos. "Hace poco vino un chico con su novia. Le había dicho que esa noche la llevaría a un sitio muy especial, así que ella se vistió con un larguísimo y elegante traje negro. Cuando llegó aquí, casi se muere de la vergüenza. Pero luego se puso un delantal y a pintar. ¡Se lo pasó bomba!", recuerdan.

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