Reportaje:

Alicante, negro sobre negro

Parece ser que la palabra calamar viene de un dialecto italiano y significa literalmente tintero. Asimismo sepia es el color de la tinta mezclada con un poco de agua. Luego sepia y calamar son objetos de escritorio. No sabemos lo que comemos.Es peor cuando nos enteramos que la melanina es una sustancia tóxica que participa en un noventa y ocho por ciento en la composición de esa tinta. Pero no debemos asustarnos, la mera acción del calor destruye la toxicidad y deja listo para digerir cualquier guiso condimentado con el objeto de escritorio. Así lo hacen en multitud de restaurantes, y vean lo...

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Parece ser que la palabra calamar viene de un dialecto italiano y significa literalmente tintero. Asimismo sepia es el color de la tinta mezclada con un poco de agua. Luego sepia y calamar son objetos de escritorio. No sabemos lo que comemos.Es peor cuando nos enteramos que la melanina es una sustancia tóxica que participa en un noventa y ocho por ciento en la composición de esa tinta. Pero no debemos asustarnos, la mera acción del calor destruye la toxicidad y deja listo para digerir cualquier guiso condimentado con el objeto de escritorio. Así lo hacen en multitud de restaurantes, y vean lo sabrosos que resultan unos calamares en su tinta, o unos chipirones, sean vascos o de otro lugar. El uso de la tinta de estos moluscos para dar color a las preparaciones viene de lejos y se extiende por toda la geografía mediterránea. Ya desde la antigua Grecia se conoce, y actualmente es muy normal en Italia tomar un risotto negro como el ala de cuervo. Pero más negro lo hacen en el Restaurante Piripi, de Alicante, ya que añaden otro producto que produce cuando menos un alivio de luto, la alcachofa. La cocción de esta deja un gran tinte negro a su alrededor si no se la trata con limón. Negro sobre negro, chipirón sobre alcachofa, con arroz y un buen fondo de pescado hacen un plato suculento y fino que debemos recomendar. Aunque también sugerimos de este local otro tipo de arroces, el de calamarcitos y berberechos, el de cocochas y verduras, el de rape y almejas, y para nuestro gusto uno de los más sabrosos, el de pieles de bacalao. Extraordinario. Para completar la comida no pidan nada, tómenselo antes en la barra de la planta baja. Se ilumina la vista ante ese despliegue de tapas que se muestran en la misma o aledaños. Jamón de verdad, gambas, cigalas, langostas, mojama, huevas, todo tipo de verduras y hortalizas, servidas al instante y con una mínima preparación, para que el sabor del producto quede inalterado. Lo tienen de tal calidad que no es necesario enmascararlo. Y para mejor comer, un buen beber; pidan la carta de vinos, algo clásica pero suficiente. O mejor, la de cavas, fríos y espumosos; huyamos de la cerveza a esta hora, que hincha el estómago y ahoga el apetito. Como postre atrévanse con el higo chumbo, pelado por supuesto, y convertido en sorbete o en helado, guardando las simientes que aunque molestas tan característico lo hacen. Por otra parte, comer fruto de cactus es casi tan exótico como beber tinta. Precios ajustados para la calidad del producto y magnífico servicio completan la comida. Después de esta, un paseo por la ciudad nos mostrará una ciudad moderna y plenamente consecuente con su industria principal, que es el turismo. Son multitud las terrazas de bares donde se puede tomar la sombra a la vez que un café del tiempo o similar. Y cuando caiga el sol, a viajar por entre los secarrales que rodean la ciudad. Tanto hacia el norte como hacia el sur parece excluída la vegetación en el trayecto que atraviesa la carretera, y solo ya lejos se comienzan a ver almendros y algunos olivos, que tampoco verdean el conjunto. Ni siquiera lo hacen los cultivos de tomates, porque en su mayor parte están cubiertos de plásticos que, una vez más, nos llevan al negro zaíno. Por el camino hacia el norte detengámonos en La Vila Joiosa para contemplar las casas multicolores que la salpican, casi todas orientadas al mar. La historia dice que las pintaban así sus habitantes para reconocerlas cuando volvían de sus pesquerías, pero actualmente sería necesario tener una vista mayor que la del lince para ver los colores que las identifican, ya que se han construido multitud de edificios en el recorrido visual desde el mar a las casas de pescadores. No obstante, y ya que podemos acercarnos a ellas, son una curiosa vista para el turista. Recuerdan por los tonos chillones, que no por la arquitectura que no es colonial, a las que tantas veces hemos visto en televisión, cuando nos enseñan las que circundan el Malecón de La Habana. Más adelante Benidorm, la ciudad de la Comunidad más conocida internacionalmente como centro turístico. Debería ser objeto de un capítulo específico de estos recorridos, pero su gastronomía está situada más en el ámbito norteamericano, o italiano, o mexicano, o el que sea, que en el autóctono, y como además ha desaparecido la agricultura no parece destino conveniente para nuestros desvelos. Por lo demás, quizá es el lugar de la costa mediterránea, donde existan más locales de ocio, pero ese ámbito debe ser objeto de otra serie.

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