Tribuna:

Consecuencias

VICENT FRANCH Puede que algunas afirmaciones que me propongo hacer en esta columna inviten a indagaciones empíricas que deberían corroborar o no las intuiciones que expresan. Y, quizás, sirvan para que alguien, como pedía Fuster cada vez que se encontraba con un problema a interpretar o un enigma identitario a resolver, dedique unos años, o unos créditos de investigación en alguna de nuestras universidades a estudiar los costes que la fisura abierta en la transición en el seno de la sociedad valenciana a propósito de la identidad valenciana (un fenómeno, por otra parte, típico de los procesos...

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VICENT FRANCH Puede que algunas afirmaciones que me propongo hacer en esta columna inviten a indagaciones empíricas que deberían corroborar o no las intuiciones que expresan. Y, quizás, sirvan para que alguien, como pedía Fuster cada vez que se encontraba con un problema a interpretar o un enigma identitario a resolver, dedique unos años, o unos créditos de investigación en alguna de nuestras universidades a estudiar los costes que la fisura abierta en la transición en el seno de la sociedad valenciana a propósito de la identidad valenciana (un fenómeno, por otra parte, típico de los procesos de construcción nacional en sociedades de lenta y prolongada desnacionalización, como la valenciana) han supuesto para este pueblo y para su futuro. Hace unos días actuó en Valencia, en el marco de la Fira de Juliol el gaitero José Ángel Hevia, un innovador criticado por los puristas de su país, pero un verdadero embajador, a través de versiones acomodadas al sincretismo de la música pop contemporánea, de la cultura musical de raíz étnica de Asturias. Al igual que Carlos Núñez, Hevia supone la irrupción de la música étnica fuera de su tradicional marco cultural estricto y pone de manifiesto, más allá de lo que el complejo proceso de la moda tenga que ver, como una capacidad de generar desde lo propio aportaciones en onda con los tiempos que corren. Nosotros los valencianos, con la carga de nuestra indefinición identitaria calamitosa, no hemos podido aprovechar a fondo las espectaculares vías de expansión que la democracia nos brindaba; y, así, desde la irrupción de Raimon o de Ovidi, de la mano de la influencia aquí de gente como Brel y Brassens, de eso hace más de treinta años, no hemos podido consolidar ya no grupos de recreación fidedigna de nuestras músicas étnicas (que los ha habido y los hay, y excelentes), sino de expresiones modernizadas capaces de superar con éxito la barrera del mercado local. Sí, hubo una época en que parecía que íbamos a dar el salto, porque el fenómeno de Al Tall, y de algunos grupos que aparecieron al amparo de su éxito, y de otras experiencias como la de Perico Sambeat, y muchos otros que no puedo citar por el espacio de que dispongo, conducía, debía llevar a experiencias nuevas por contaminación u ósmosis entre las nuevas músicas y ese patrimonio donde instrumentos antiguos y viejas romanzas se enfrentaban a la tecnología sofisticada que acompaña a la música contemporánea que procede del beat, del pop, o del rock. Pero aquí no hubo espacio para un Raimundo Amador, por no decir unos Medina Azahara, una Companyía Elèctrica Dharma, o un Oskorri... Nuestro drama fue que este mercado tan abierto a la música, tan devoto de lo mejor venga de donde venga, no pudo sostener las modestas propuestas que crecían desde el acervo étnico, y no les dio la oportunidad de desarrollarse sabiamente mezcladas con lo nuevo. Puede que -siendo optimistas-, estemos aún en la fase de consolidar nuestro acervo folclórico y quede tiempo para que se produzca ese fenómeno de la intromisión/recepción de las músicas invasoras con la explosión de la contradicción fundamental entre normativismo conservador y transgresión cosmopolita de lo étnico, pero a mí me parece innegable que nuestra ausencia en el elenco que ocupan los músicos mencionados es directa consecuencia de nuestra incapacidad reciente para aprovechar la democracia como cauce para multiplicar lo que nos une o nos podía unir. Vicent.Franch@uv.es

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