Tribuna:

Plaza frustrada

A lo largo de la última campaña en pos de la alcaldía de Madrid hemos escuchado casi de todo en el capítulo del insulto y, a veces, con la mayor desenvoltura, en los terrenos de la injuria o la difamación. Quizás la esencia de la tolerancia y la modernidad consista en aguantar, impávidos, que motejen de ladrón, incompetente, corrupto y miserable al candidato, cuya inocencia y candidez parecen esfumadas. Tiene de positivo que los concurrentes derrotados y sin asiento en el Consistorio, en la Comunidad, el Parlamento, etcétera, pueden aspirar a plaza para enfrentarse a los ciudadanos cuyo automó...

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A lo largo de la última campaña en pos de la alcaldía de Madrid hemos escuchado casi de todo en el capítulo del insulto y, a veces, con la mayor desenvoltura, en los terrenos de la injuria o la difamación. Quizás la esencia de la tolerancia y la modernidad consista en aguantar, impávidos, que motejen de ladrón, incompetente, corrupto y miserable al candidato, cuya inocencia y candidez parecen esfumadas. Tiene de positivo que los concurrentes derrotados y sin asiento en el Consistorio, en la Comunidad, el Parlamento, etcétera, pueden aspirar a plaza para enfrentarse a los ciudadanos cuyo automóvil se ha llevado la grúa -como siempre, sin motivo- o al empleo en la compañía aérea que burla o abandona a los pasajeros en el aeropuerto y alguien ha de enfrentarse a su justa cólera. Ya todo ha pasado, renació la calma y el alcalde y los ediles se acomodan en su rango a verlas venir. Parece ocioso proporcionar ideas a nuestras autoridades, recién alcanzado el objetivo electoral, tanto quienes conservaron la llave del despacho y la fotografía familiar sobre la mesa como quienes disfrutan, por vez primera -o segunda-, la fruición del poder consistorial. Nuestra tarea es volcar en la presente columna el fruto de las experiencias callejeras en el empeño y el gusto por descubrir el barrio en que vivimos y los fronterizos. Iniciado el verano, los árboles, que tan bien se dan sobre este asfalto, conservan el acérrimo verdor primaveral que llegó con la lluvia, igual que siempre, durante las ferias del Libro y de San Isidro. En jardines, parques, calles y plazas sobreviven estos tercos y heroicos árboles madrileños, que fueron escuálidos, como palillos clavados en el queso, cuando los hincaron de nuevo, y sobreviven al polvo, a la contaminación automovilística y a la dieta avara de agua en días vacacionales, regalándonos el más precioso don en estas fechas: la sombra de su fronda.

Ahí va la sugerencia: Madrid tiene un número ridículo de plazas. De los 13.000 lugares de tránsito censados, sólo 443 son plazas -las he contado en el penúltimo callejero-, un mezquino 3,4% para esta capital. El diccionario de la lengua, con la pobreza imaginativa que caracteriza a los académicos que lo redactan, las define como "lugar ancho y espacio dentro de un poblado, al que suelen afluir varias calles". ¡Claro! Si no afluyeran las confundiríamos con el patio de un penal o el claustro de un convento. Cierto amigo, ya desaparecido, durante una grata visita que hicimos a Segovia -allí sí que saben lo que hacen al respecto-, sostenía que la plaza hermosa y digna consiste en un amplio espacio con, al menos, un edificio noble al fondo y, a ser posible, una estatua o monumento decoroso. Madrid padece déficit en este apartado, quizás porque se aprovechan poco las oportunidades de conocer dónde se encuentran o cómo sacar partido. Paso a menudo por un enclave, en mi barrio de Chamberí, que no es calle, ni glorieta, ni plazuela, ni plaza, pero que reúne óptimas condiciones para ser esto último, si bien flojea la simetría. ¿Quién se la pide a esa armoniosa y no buscada sucesión de las plazas de San Andrés, de los Carros y de Puerta de Moros? Dispone de 26 árboles adultos, 8 bancos de madera, 4 farolas, una fuentecica que no va y un bonito monumento que hace mucho tiempo me dijeron dedicado al piropo. Sobre una elevada columna de piedra, de cinco lados, en cada uno de los cuales se incluye el retrato en bronce de otros tantos ilustres varones, se arremolinan dos figuras, con atuendo de chisperos, manolos o pisaverdes y dos chulapas, sin duda hijas del pueblo de Madrid, en el ademán de recibir un ingenioso chicoleo, muy estimado por nuestras abuelas. Hay sendos bajorrelieves, con escenas teatrales, sin indicios para identificar el sentido del monumento y los prohombres incluidos.

¿Por qué esta cicatería informativa, muy frecuente en el discutido ornato escultórico de nuestra ciudad? Deduzco que la alegoría debe estar dedicada a la zarzuela o al sainete, pero nativos y forasteros nos quedamos in albis, echando de menos una placa descriptiva. Afloje el parné quien corresponda para subsanar esa carencia, que no es un despilfarro. El espacio se encuentra flanqueado por las calles de Luchana, Francisco de Rojas, Manuel Silvela y Manuel Cortina. Allí hay una plaza escondida, frustrada.

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