Tribuna:

Resultados

Cuentan quienes le conocen que Joan Clos, el alcalde socialista de Barcelona, reclamó irónicamente en más de una ocasión que le explicaran cuál era el secreto de Álvarez del Manzano. Lo decía porque no entiende cómo puede sobrevivir políticamente alguien que tenía la ciudad patas arriba, las aceras sucias y el tráfico atorado, y que recibe un aluvión constante de críticas provenientes de los colectivos más diversos. El domingo pasado, Manzano mostraba de nuevo la eficacia de su secreto renovando por tercera vez consecutiva la mayoría absoluta, y garantizándose cuatro años más de gobierno en e...

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Cuentan quienes le conocen que Joan Clos, el alcalde socialista de Barcelona, reclamó irónicamente en más de una ocasión que le explicaran cuál era el secreto de Álvarez del Manzano. Lo decía porque no entiende cómo puede sobrevivir políticamente alguien que tenía la ciudad patas arriba, las aceras sucias y el tráfico atorado, y que recibe un aluvión constante de críticas provenientes de los colectivos más diversos. El domingo pasado, Manzano mostraba de nuevo la eficacia de su secreto renovando por tercera vez consecutiva la mayoría absoluta, y garantizándose cuatro años más de gobierno en el primer Ayuntamiento del país. Manzano no atajará de forma cotundente los problemas de los ciudadanos, no será todo lo eficaz que su cargo requiere, ni le dará a Madrid el lustre que una capital europea merece. Tampoco parece que sea el alcalde más listo del mundo, pero transmite la imagen de ser buena persona y la gente le vota. Le votan por eso y por lo que tiene de elemental; para bien o para mal se sabe cómo es, y de él nadie espera sorpresas, dobleces ni ambiciones ocultas. Por eso, y aunque en sus resultados haya síntomas evidentes de desgaste con un quebranto de doscientos mil votos, la suya en las pasadas elecciones municipales fue una gran victoria, lo es simplemente porque sus rivales no han podido con él, sigue estando donde quería estar y eso le basta.

No es el caso del presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, a pesar de obtener un porcentaje de votos mayor y especialmente meritorio, por comparecer en un ámbito sociológico más adverso para su formación. Pero Gallardón tenía otras expectativas y aspiraciones. Aunque, al contrario que Manzano y salvo en los primeros momentos de incertidumbre, apenas sintió durante la noche electoral que pudiera peligrar la mayoría absoluta, él esperaba más de estas elecciones. Había luchado no sólo por ganar, sino por obtener unos resultados abrumadores que le convirtieran en el político de amplio espectro que aspira a ser.

Desde la presidencia de Madrid se esforzó por ofrecer una imagen diferenciada, más abierta y menos vociferante que la que proyectaban desde los despachos de la planta noble de Génova y de la propia Moncloa. Se trabajó con denuedo y esfuerzo inversor los municipios del llamado cinturón rojo, donde se encuentran los más sólidos bastiones de la izquierda, y llevó el suburbano a populosas barriadas de la capital y a dos localidades del cinturón metropolitano. Una empresa así, y con el viento en contra de quienes le soplan en la cara desde su propio partido, parecía merecer unos frutos más floridos que repetir los mismos resultados porcentuales obtenidos en el 95. Eso no ocurrió, y por eso la del pasado domingo no fue ni para él ni para su equipo una noche de euforia. No podía entender que los electores de Rivas y Arganda no agradecieran mejor en las urnas el haberles dotado de una línea de metro con la capital, ni que los de Fuenlabrada, Getafe, Leganés o Parla fueran insensibles a sus promesas en materia de transporte público. "Ni Metrosur, ni Metro-leches", comentaba con rabia un alto cargo del Gobierno regional al cotejar los datos que arrojaron los distritos sureños. En esa zona sólo Alcorcón, adonde llevaron la Universidad Rey Juan Carlos, fue más receptivo a la seducción. También la capital le reconoció su afán. Alberto Ruiz-Gallardón obtuvo en Madrid ciudad casi un 10% más de votos de los cosechados por José María Álvarez del Manzano. Son casi setenta mil los ciudadanos que metieron la papeleta del Partido Popular para el Gobierno regional, y no quisieron hacer lo propio con la del Ayuntamiento de Madrid. Setenta mil sufragios, en su mayoría de centro y centro izquierda, que vienen a significar la posibilidad real de morder en ese espacio del espectro político hasta ahora negado para su formación. Lo que los resultados del 13-J le han venido a recordar es que, aunque sea posible, no será tan fácil como él imaginaba. Tendrá que trabajárselo aún más y transmitir mayor credibilidad y confianza hasta contrarrestar los recelos que las siglas provocan en un segmento importante del electorado. Que no parezca que se pasa de listo.

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