Tribuna:

Un difícil proceso de paz

Con el nombramiento de Javier Solana para el cargo de primer alto representante de la política exterior y de seguridad común, la Unión Europea (UE) ha hecho la mejor elección que se pudiera imaginar. Las experiencias de Solana en la guerra de Kosovo han sido seguramente las más difíciles en su cargo de secretario general de la OTAN y son, con toda probabilidad, las más importantes de su nuevo cargo. En primer lugar, porque el éxito de la OTAN, aunque claro, es simplemente una oportunidad de poner en marcha un proceso de paz penoso y extremadamente difícil, al que la UE debe dar forma. En segu...

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Con el nombramiento de Javier Solana para el cargo de primer alto representante de la política exterior y de seguridad común, la Unión Europea (UE) ha hecho la mejor elección que se pudiera imaginar. Las experiencias de Solana en la guerra de Kosovo han sido seguramente las más difíciles en su cargo de secretario general de la OTAN y son, con toda probabilidad, las más importantes de su nuevo cargo. En primer lugar, porque el éxito de la OTAN, aunque claro, es simplemente una oportunidad de poner en marcha un proceso de paz penoso y extremadamente difícil, al que la UE debe dar forma. En segundo lugar, porque las consecuencias que la guerra tendrá a largo plazo para la OTAN son todavía imprevisibles, y Europa y Estados Unidos deben sacar profundas conclusiones, que afectan su relación mutua. ¿Qué consideraciones deben sacarse para el resultado definitivo del dificil proceso de paz en Kosovo y en los Balcanes? Una paz digna de este nombre sólo puede darse con el apoyo de los afectados. A esta categoría pertenecen los serbios, que son, con mucho, el pueblo más numeroso de la región. Los serbios son los perdedores en todas las etapas de un proceso que comenzó hace unos 10 años, y lo son por su propia culpa o, por lo menos, por culpa de sus dirigentes. Sin embargo, no hay ninguna estabilidad en los Balcanes mientras Serbia siga siendo un foco de inestabilidad. Y Serbia tan sólo dejará de ser un foco de inestabilidad cuando sea gobernada con un espíritu democrático, cuando desaparezcan no sólo Milosevic, sino también los malhadados espíritus y fuerzas a los que éste apela. Una condición para ello es que la regulación de la paz que ofrecen los vencedores pueda ser aceptada por lo menos por las fuerzas democráticas, si es que no puede serlo por las nacionalistas, y que esas fuerzas democráticas puedan también convencer al pueblo serbio, desorientado, decepcionado y abatido. Versalles sólo puede existir una sola vez también para los Balcanes. Y, naturalmente, la regulación de la paz definitiva tiene que ser percibida como justa por las víctimas, los albanokosovares. Es comprensible que éstos no puedan imaginarse la vuelta, ni siquiera por un periodo transitorio limitado a unos pocos años, a una situación de dominio serbio sobre ellos, cualquiera que éste sea. Y eso es precisamente lo que -de forma también comprensible- entienden los serbios por soberanía sobre Kosovo, cuya continuación les ha sido asegurada por la comunidad internacional. Así pues, se precisarán esfuerzos extraordinarios, una fantasía constructiva y la capacidad de comprender la manera de pensar de los afectados para encontrar una solución que sea aceptable por todas las partes. ¿Tal vez mediante una concentración de los serbios en una región dependiente de Kosovo? La autonomía, por sí sola, no es una respuesta suficiente. La solución para Kosovo tiene efectos sobre los vecinos: Bosnia, Macedonia y Albania. La parte del Pacto de Estabilidad para los Balcanes que afecta a esta cuestión es la decisiva, pues la parte económica, por muy importante que pueda ser a largo plazo, sólo puede tener efecto si se dan las condiciones políticas: una verdadera paz, apoyada por los afectados. La imprescindible presencia de Occidente depende de esto. Si no hay un orden aceptado por todos, esta presencia podría durar décadas, y esto sobrecargaría a Occidente, y sobre todo a los europeos, que, de todos modos, tendrán la mayor carga. Y por último, Occidente debe procurar que Rusia colabore. El resultado definitivo del proceso de paz, en cuyo comienzo ahora confiamos, determinará la relación definitiva de coste-rendimiento de la acción de la OTAN, así como las consecuencias fundamentales a sacar de la misma. Hoy, entre los éxitos se puede contar la imposición de la OTAN de puntos esenciales y el mantenimiento de la unidad en difíciles condiciones. Pero la acción ha dejado huellas en la Alianza, que ya no es la de antes y que en el futuro no emprenderá una acción comparable a la de Kosovo con tanta rapidez. El alivio sobre el éxito momentáneo no puede hacer olvidar que éste ha estado pendiente de un hilo y que se ha pagado un precio extraordinariamente alto por él. Las dudas sobre la relación coste-provecho han aumentado al evaluar el intento de imponer los derechos humanos y la democracia con medios militares, y a ellas ha contribuido sustancialmente el tipo de estrategia militar. La OTAN ha limitado su estrategia al uso de su superioridad tecnológica desde el aire, y esto ha tenido como consecuencia que los serbios respondieran con la deportación masiva de los albaneses. Esto se llama una estrategia militar asimétrica -en el aire, la del siglo XXI, sobre el terreno, la de la Guerra de los 30 años-. ¿Cómo se puede remediar esto? ¿Con tropas de tierra? La discusión que se mantiene desde hace meses sobre este tema tenía algo irreal, sobre todo en Europa. Pues, por encima de todas las dudas, estaba claro que esta escalada dependía en primer lugar de la disposición de los estadounidenses y que en todo caso una decisión de EE UU hubiera debido ser la base para un compromiso duradero, no de uno basado en el modelo de Somalia. En vista de las profundas y comprensibles dudas en todos los sectores de Estados Unidos sobre si la guerra respondía realmente a los intereses nacionales norteamericanos, tal certeza no ha existido en ningún momento. Y éste también es el caso de las sociedades europeas democráticamente constituidas, cuya capacidad de hacer una guerra es muy limitada, si ésta no afecta directamente a su propia existencia. Y no se trata sólo de la disposición a sacrificar la propia vida por fines más elevados, sino también de la intranquilidad de los ciudadanos por las víctimas que ha causado en el campo del adversario. Es irrelevante si esto se ve como un signo de debilidad o de decadencia o, por el contrario, de fortaleza. Lo decisivo es cómo se aborda. A la pequeña economía serbia se le han causado enormes daños materiales. En gran parte, la Europa de la UE tendrá que cargar con ellos. En la política internacional, los daños son considerables: Rusia vuelve a colaborar, pero la relación con Occidente, y sobre todo con EEUU, ha sido perturbada por el fallido intento de resolver el problema sin Rusia. La colaboración con Estados Unidos en el control del desarme y la no proliferación de las armas nucleares rusas es de interés vital no sólo para Occidente. ¿Ratificará ahora la Duma el START II? Y en caso de que lo haga, ¿cuándo? La estrategia para Rusia, que se decidió en Colonia, llega en el momento justo. También la relación de EEUU con China se ha visto perjudicada de forma dificil de calcular. La importancia de esta relación para el futuro orden mundial es evidente. La India ve en la acción de la OTAN sin mandato de la ONU la prueba de que sólo las armas nucleares pueden proteger a un país de las acciones punitivas de Estados Unidos. Otros compartirán esta opinión. Al mismo tiempo, potencias regionales como la India se pueden sentir legitimadas como guardianas del orden para emprender una acción semejante a la de la OTAN en Kosovo. Eso hace aún más importante el volver a situar la acción de Kosovo bajo la cobertura de la ONU. Estas consecuencias tendrán que ser asumidas por todo Occidente. Los estadounidenses, sin embargo, tendrán que pagar el precio, y eso, a pesar de haber sido empujados por los europeos. Pero a los ojos del resto del mundo, los europeos no son más que los asistentes ejecutivos de Estados Unidos, lo que es comprensible, ya que la guerra no hubiera sido en absoluto posible sin ellos y también porque han determinado cómo se hizo esta guerra. ¿Se deduce de todo esto la conclusión de que los europeos tendrán que hacer mayores esfuerzos militares para ser socios en pie de igualdad con EEUU y con ello tener una mayor influencia en la Alianza? Sin duda. Sin un dispositivo militar serio, la política exterior y de seguridad no será efectiva y su papel en la Alianza será el que es ahora. En caso de guerra decide Estados Unidos. Pero paralelamente hay que considerar que los medios militares tienen unas posibilidades limitadas, y ésta es una lección que se desprende no sólo del conflicto de Kosovo, sino de todas las intervenciones militares de Estados Unidos en las últimas décadas. El comprensible deseo de EEUU de obtener una superioridad militar absoluta es percibido por el mundo no occidental como una aspiración a la hegemonía, y cada intervención militar, como una confirmación de esta perspectiva. Esto agudiza y provoca el estado de ánimo antioccidental, cuyo motivo más profundo son los problemas sociales provocados por la modernización en las sociedades no occidentales; una modernización que se debe a la extensión de la civilización occidental. En cualquier caso, la parte política de la nueva estrategia de la OTAN, que trata de la prevención y superación de las crisis, tendrá que desempeñar un papel más importante del que ha desarrollado hasta ahora en las discusiones internas occidentales. La OTAN debe ser sobre todo una organización política, y eso exige profundos cambios en la Alianza, sobre todo que Europa como tal, que la Unión Europea como tal, sea el socio de Estados Unidos en la OTAN. Ser socio quiere decir también ser un contrapeso. Por eso, Europa no debe intentar ser igual que EE UU, ya que esto ni es posible ni es deseable. Europa debe concentrarse en sus propios puntos fuertes. Europa no debe querer ser igual que EE UU, sino ser mejor. La fuerza decisiva de Europa reside en "un método para iniciar las transformaciones en Europa, y, en consecuencia, en el mundo", como dijo en una ocasión Jean Monnet. Europa tiene que apostar por él.

Karl Lamers es portavoz de política internacional del grupo parlamentario CDU-CSU del Bundestag alemán.

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