Tribuna:

El retrato

ANTONIO MÉNDEZ Pedro Aparicio y Celia Villalobos, los dos alcaldes democráticos de Málaga, no han hablado en estos cuatro años más que de arte. El socialista es un apasionado de la música clásica, sobre todo de la ópera. Sus animales de compañía lucieron como nombres los de Verdi y Puccini. Los amigos que accedieron a su santuario cuentan que, el que fuera primer edil durante 16 años, guarda como reliquia una hoja de abeto que se posó junto a la tumba de Beethoven. A la mandataria popular le sublima la música barroca. Un artículo suyo, en el que relataba las excelencias de su fino oído, acabó...

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ANTONIO MÉNDEZ Pedro Aparicio y Celia Villalobos, los dos alcaldes democráticos de Málaga, no han hablado en estos cuatro años más que de arte. El socialista es un apasionado de la música clásica, sobre todo de la ópera. Sus animales de compañía lucieron como nombres los de Verdi y Puccini. Los amigos que accedieron a su santuario cuentan que, el que fuera primer edil durante 16 años, guarda como reliquia una hoja de abeto que se posó junto a la tumba de Beethoven. A la mandataria popular le sublima la música barroca. Un artículo suyo, en el que relataba las excelencias de su fino oído, acabó en las manos de los socios de la orquesta: mejor que un bando. Dicen que fue una apuesta científica para dar crédito a lo que se hubiera antojado como bulo de maledicientes deseosos de frustrar su carrera. Sus acólitos también divulgan la potencia de su equipo musical y la variedad de su discoteca casera, para hacer digerible este acto de fe. Además, la primera dama municipal sucumbe a la composición poética. Fue, sin embargo, la pintura la que acercó a los dos regidores. Villalobos propuso a su antecesor que escogiera al pincelista destinado a inmortalizarlo en un retrato. Éste se enrocó en su pudor y rehusó la munición pictórica. Dos años de devaneo y surgió el cuadro de Félix Revello de Toro, uno de los preferidos del socialista. Su efigie aparece escoltada por el Teatro Cervantes, que intentó convertir durante su mandato en el centro operístico del sur de Europa. Terminado el primer asalto artístico, quedó la ardua tarea del colgar el lienzo en la galería de los alcaldes. De nuevo Aparicio se refugió en las cuerdas de su timidez y eximió por correspondencia a su sucesora de ensimismarse in situ con el izado de la afamada tabla. Villalobos terminó por renunciar al verso y a la foto y despachó la faena con una anónima prosa. No tendrá el mismo padecimiento el signatario de la Diputación, Luis Vázquez Alfarache. Se libró de una tacada de las cuatro telas pendientes de los presidentes del PSOE, y, tras saciar el debe, no ha dudado en engordar su ego. Él será el siguiente en figurar en el muestrario. Revello de Toro dispone ya del encargo, porque a lo que se ve pergeña con similar pulcritud una cara socialista que un rostro popular, aunque todavía no exista artículo barroco para probarlo.

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