Reportaje:

Sarrià, un barrio que se siente discriminado

No son pocas las cartas que se siguen datando en Sarrià, y no en Barcelona. Tal vez pueda parecer una anécdota, pero lo cierto es que muchos vecinos de Sarrià se resisten a reconocerse en Barcelona. La miran y la visitan, pero no son de Barcelona. Ciertos aspectos de la vida del distrito se resienten un poco de esa particular idiosincrasia que está empezando a constituir un problema para los propios vecinos. En ese distanciamiento respecto a la masa de la ciudad también influye que se trata del barrio con la renta per cápita más alta de la ciudad y, por tanto, el que menos participa en el repa...

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No son pocas las cartas que se siguen datando en Sarrià, y no en Barcelona. Tal vez pueda parecer una anécdota, pero lo cierto es que muchos vecinos de Sarrià se resisten a reconocerse en Barcelona. La miran y la visitan, pero no son de Barcelona. Ciertos aspectos de la vida del distrito se resienten un poco de esa particular idiosincrasia que está empezando a constituir un problema para los propios vecinos. En ese distanciamiento respecto a la masa de la ciudad también influye que se trata del barrio con la renta per cápita más alta de la ciudad y, por tanto, el que menos participa en el reparto del pastel de la inversión municipal. El gerente del distrito, Ricard Huertas, explica que de los 5.500 millones de pesetas invertidos durante el último mandato, sólo unos 2.000 corresponden a inversiones del propio distrito, ya que la partida mayor (3.500 millones) se destinó al depósito de aguas de Bori i Fontestà y al túnel del General Mitre, una obra que puede gustar a parte de la ciudad, pero que pone los pelos de punta a los vecinos. Los responsables municipales defienden que en Sarrià-Sant Gervasi se tiene que aplicar el modelo que está dando buen resultado en el resto de la ciudad: recuperación del espacio público y rehabilitación y reactivación del núcleo antiguo, en paralelo a dotar al distrito de equipamientos públicos. Los tienen excelentes, pero privados. De ahí parten muchas de las reclamaciones de los vecinos que se sienten marginados. Las quejas saltaron en la asamblea celebrada el miércoles pasado en el convento de los Capuchinos de Sarrià, donde se confirmó que el próximo 9 de junio los vecinos saldrán a la calle con sus protestas. La lista es más que larga. En las intervenciones destacaron, por la contundencia, dos: la "ineficacia" de la guardia urbana y la inhibición del concejal, Jaume Ciurana. La irritación con los guardias es de tal calibre que, cuando alguien insinuó que quizá faltan agentes, un vecino explotó: "Nada de eso, sobran todos". Convertir en peatonal la calle Major de Sarrià ha sido una de las grandes actuaciones del cuatrienio. Además de ganar un espacio para los vecinos, libre del tráfico de vehículos, la reforma pretendía reactivar el comercio. Antes de empezar la obra, una encuesta reveló que la mayor parte de los residentes limitaba sus compras en el barrio al sector alimentario. Para todo lo demás se desplazaban, bien al eje comercial de la Diagonal, o al centro de Barcelona, a 10 minutos de distancia si se utilizan los Ferrocarriles de la Generalitat. Desde el distrito se confía en que el nuevo paseo peatonal sea el detonante de una renovación del comercio. "No hace muchos años, el centro de Barcelona estaba en una situación lamentable. Era aquello de renovarse o morir. Y los comerciantes se dieron cuenta de que había que renovarse. El resultado está a la vista. Por eso, creemos que es un buen modelo a copiar", afirma el gerente. No opinan lo mismo los comerciantes, según el resultado de otra encuesta, posterior a la reforma. El 70% de los residentes se mostró satisfecho de que la calle Major de Sarrià fuera peatonal; el mismo porcentaje de comerciantes dice todo lo contrario. Uno de los principales motivos de su disconformidad es la ausencia de aparcamientos para los vehículos. "Si se hace una zona peatonal se debería resolver el problema del aparcamiento, ¿no?", inquieren desde uno de los establecimientos de Major de Sarrià. Que tantos comerciantes estén "de uñas" preocupa, y más teniendo en cuenta que muchos de ellos también son residentes. De momento, se está construyendo un aparcamiento en la Via Augusta con el paseo de la Bonanova (los vecinos aseguran que las obras llevan tiempo paradas), y desde el distrito se estudia construir dos más: uno junto a la plaza de Artós y otro cerca de Vergós. Los vecinos creen que lo que se ha hecho es peor que nada. "Una actuación parcial, sin un estudio vial del conjunto del barrio, que es lo que pedíamos", asegura David García, miembro de la asociación de comerciantes. "Pretendemos intentar restaurar y rehabilitar las casas y evitar, en lo posible, el derribo, y para eso es necesario aplicar en este distrito lo mismo que funciona en el resto de la ciudad: las subvenciones", afirma Huertas. Sobre todo porque se da la circunstancia de que la mayor parte de los residentes del núcleo viejo de Sarrià, por ejemplo, son personas mayores cuyas rentas nada tienen que ver con la media del distrito. Pese a estar satisfechos con la calidad de vida del distrito, los residentes de Sarrià-Sant Gervasi empiezan a mostrar actitudes reivindicativas, la más reciente de ellas por el estrechamiento de las aceras debido a las obras del túnel de Mitre. Eso sí, en muchos casos no se trata de movimientos vecinales, sino de acciones judiciales directamente. Cuentan en el distrito que las incidencias que puedan ocurrir en el espacio público no se dirimen en reuniones entre vecinos y técnicos municipales, sino por medio de demandas contra el Ayuntamiento. Pero no son las únicas. El distrito reclama la integración en el mismo del barrio de Pedralbes, actualmente perteneciente a Les Corts, y, sobre todo, exige una racionalización de la movilidad interior, ya que en estos momentos carece de vías razonables que permitan un movimiento en el sentido este-oeste. El tráfico, afirman, es tan denso, que muchos taxis optan por no acudir a las llamadas de los vecinos. Una situación que se agrava porque el casco antiguo prácticamente carece de autobuses y, donde los hay, pasan por calles tan estrechas que hacen inviable la presencia del vehículo y el vecino. Se quejan al concejal, pero la respuesta es siempre la misma: la culpa es de la casa gran.

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