Tribuna:

Mallorca observada JOSEP M. MUÑOZ

En 1929, el poeta y escritor inglés Robert Graves se fue a vivir a Mallorca. Un cuarto de siglo después, escribió un texto (recogido en un volumen titulado Majorca observed, reeditado no hace mucho) en el que el autor de Yo, Claudio explica las razones que le llevaron a irse a vivir a la isla. Graves cuenta que buscaba un sitio tranquilo para escribir, "donde la ciudad fuera todavía ciudad, y el campo, campo", y que para ello siguió la recomendación de su amiga Gertrude Stein -una mujer listísima-, quien le dijo que "si le gustaba el paraíso, Mallorca era el paraíso". En efecto, Graves pronto ...

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En 1929, el poeta y escritor inglés Robert Graves se fue a vivir a Mallorca. Un cuarto de siglo después, escribió un texto (recogido en un volumen titulado Majorca observed, reeditado no hace mucho) en el que el autor de Yo, Claudio explica las razones que le llevaron a irse a vivir a la isla. Graves cuenta que buscaba un sitio tranquilo para escribir, "donde la ciudad fuera todavía ciudad, y el campo, campo", y que para ello siguió la recomendación de su amiga Gertrude Stein -una mujer listísima-, quien le dijo que "si le gustaba el paraíso, Mallorca era el paraíso". En efecto, Graves pronto constató que Mallorca tenía el mejor clima de Europa, se podía vivir allí con sólo una cuarta parte del dinero que se necesitaba en Inglaterra, y era lo bastante grande para no sentir claustrofobia. Así que decidió instalarse en Deià, donde encontró lo que como escritor perseguía: "Sol, mar, montañas, agua de manantial, árboles que dan sombra, nada de política, y unos pocos lujos civilizados como luz eléctrica y un servicio de autobús a Palma, la capital". Naturalmente, Graves no fue el primero, ni mucho menos el último, en descubrir que había un pedazo de paraíso en la tierra llamado Mallorca. Desde los años sesenta, en particular, la masificación del turismo alcanzó una magnitud tal que acabó por cambiar completamente las estructuras demográficas, económicas y sociales de la isla. Una transformación que ahora parece haber llegado a un límite, y que ha hecho aparecer en el centro del debate político la cuestión de la sostenibilidad de dicho modelo de crecimiento económico. Por ello, en las inminentes elecciones autonómicas, Mallorca y el conjunto de Baleares se juegan mucho. La capacidad de autogobierno conseguida por el archipiélago debería servir a sus ciudadanos para poder abordar adecuadamente la resolución de las grandes cuestiones a las que se enfrenta en la actualidad: esencialmente, la necesidad de una política racional de ordenación territorial y de gestión de los recursos naturales (empezando por el agua); una política de fomento activo de la lengua catalana y, con ella, de la cultura propia; y la consolidación de una Administración honesta y eficaz, libre del juego de influencias y de las corrupciones que, con demasiada frecuencia, han manchado la gestión del Gobierno autónomo del PP y en particular de su ex presidente Gabriel Cañellas. En el momento en que el proceso de construcción europea y las paralelas reivindicaciones de autogobierno de las regiones han puesto en crisis el modelo decimonónico del Estado-nación, y en que se proclama el principio de subsidiariedad -es decir, que lo que pueda hacer una Administración más próxima al ciudadano no lo haga otra superior y más lejana-, principio acentuado en este caso por el hecho diferencial de la insularidad, Mallorca se convierte en un observatorio privilegiado para demostrar que esa proximidad del poder al ciudadano revierte efectivamente en una mayor posibilidad por parte de los ciudadanos de conquistar parcelas de decisión, de participación y de control democráticos. La otra vía, la pervivencia del caciquismo, del populismo que compra votos a cambio de fidelidades y de promesas de inversiones, sería, en cambio, una desgraciada continuidad de la Mallorca sin "nada de política" donde Graves buscaba refugio. Las movilizaciones que ha habido en los últimos meses, y que han forzado al Gobierno balear a modificar -aunque de forma claramente insuficiente- sus políticas respecto del territorio o de la lengua, son en este sentido un signo esperanzador. Por otro lado, la alianza de las izquierdas en Ibiza, dirigida por la senadora Pilar Costa, ha demostrado ya de forma fehaciente que hay una manera de derrotar en las urnas al caciquismo de todo un Matutes. Así pues, en las próximas semanas Mallorca será observada. Después de todo, a escala reducida, están en juego allí muchos de los problemas que Europa en su conjunto tiene planteados: desde la sostenibilidad del crecimiento a la capacidad de integración -lingüística y cultural, también- de un número creciente de ciudadanos procedentes de otros países comunitarios. ¿Sabrá responder Mallorca a ese reto? Otro escritor, Josep Pla, escribió en su primer viaje a la isla, en 1921: "A pesar de los esfuerzos que ha hecho Palma por convertirse en una ciudad provinciana, me parece que todavía no lo ha conseguido". Esa resistencia al provincianismo, en una sociedad acomodaticia pero con una gran dosis de common sense y de ironía, es, debería ser, la gran fuerza de Mallorca.

Josep M. Muñoz es historiador.

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