Tribuna:

El turno de Casandra

En la cascada de comentarios recientes sobre el conflicto de Kosovo no han faltado las citas de los clásicos. Miquel Caminal evocaba justificadamente a Clausewitz, al enjuiciar la acción de la OTAN, y Carlos Alonso Zaldívar, autor de uno de los más lúcidos pronósticos al iniciarse la intervención, acaba de mostrarnos la actualidad de Tucídides. Tal vez sea ocasión de recordar también las palabras de Casandra en Las troyanas: "Evitar la guerra, tal es el deber de todo hombre sabio. Pero si es preciso llegar hasta ahí, no es una corona sin gloria la muerte por la ciudad; una muerte sin belleza d...

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En la cascada de comentarios recientes sobre el conflicto de Kosovo no han faltado las citas de los clásicos. Miquel Caminal evocaba justificadamente a Clausewitz, al enjuiciar la acción de la OTAN, y Carlos Alonso Zaldívar, autor de uno de los más lúcidos pronósticos al iniciarse la intervención, acaba de mostrarnos la actualidad de Tucídides. Tal vez sea ocasión de recordar también las palabras de Casandra en Las troyanas: "Evitar la guerra, tal es el deber de todo hombre sabio. Pero si es preciso llegar hasta ahí, no es una corona sin gloria la muerte por la ciudad; una muerte sin belleza deshonra".Después de varias semanas de bombardeos sobre Yugoslavia, cabe reconocer que el tipo de guerra elegido por la OTAN se ajusta al veredicto de Casandra. El número de víctimas se ha reducido por comparación con los conflictos anteriores del siglo, y ello es ciertamente algo positivo, pero el horror de la muerte permanece, ampliado incluso por la táctica elegida de eliminar casi por completo la posibilidad de bajas propias a favor de la enorme superioridad tecnológica. Todo rastro de heroísmo ha desaparecido y cada fortaleza volante cobra el aspecto de una fábrica de destrucción que actúa con plena impunidad. Periódicamente, los errores de los bombardeos en principio inteligentes hacen llegar imágenes terribles de casquería humana. Y el horror, pues no hay otra palabra, se amplía incluso con las figuras y el lenguaje de los informadores de la OTAN, impasibles tras su pupitre, que unas horas después aparentan explicar, y de hecho trivializar, las causas de los "daños colaterales" ocasionados por cada una de las macabras equivocaciones.

Así que en esta extraña guerra, donde por vez primera una grandiosa fuerza militar lleva camino de derrotarse a sí misma, Milosevic va ganando con toda facilidad la batalla de la imagen. Su primer acierto fue permitir la emisión selectiva de informaciones televisadas destinadas a sus propios adversarios, ocultando sin fisuras las actuaciones represivas serbias sobre el pueblo kosovar -de modo que los asesinados son invisibles y los deportados aparecen sólo al otro lado de las fronteras, como refugiados- y en cambio las pantallas de todo el mundo reciben el impacto de las muertes y de las destrucciones causadas sin razón aparente por los bombardeos. Milosevic da la mano al reverendo Jackson mientras libera los prisioneros o hace sentarse a su lado al pobre Rugova. El baño de multitudes de Solana en Albania supone una compensación muy pobre. Los amigos políticos del líder serbio están así en condiciones de presentar la intervención como una agresión de la OTAN, sin motivo alguno; hasta los verdugos de Tiananmen y de Chechenia, cuyo previsible veto forzó el primer error capital de los aliados, aparecen hoy como palomas de la paz. Al pasar a España, la insuficiencia informativa de los aliados se vuelve silencio, más allá de las noticias escuetas de los telediarios. Ni siquiera llegan los documentales que en otros países permiten recordar cómo se gestó la crisis y cuál es su responsable principal. Con su habitual estilo autoritario, José María Aznar ha decidido que resulta pernicioso arrojar luz sobre el tema, limitándose a un seguidismo estricto respecto de Washington y a insistir en la buena marcha del país. No hay guerra, sino refugiados a quienes atiende solicita su administración. Y alguna vez, él en persona (escenas de Sigüenza). Un panorama, como sabemos, radicalmente falso, poco compatible con las exigencias de una democracia.

En definitiva, y cualquiera que sea el resultado del conflicto, cabe ya decir que no sólo hubo errores de la OTAN, sino que la OTAN, tal como está configurada, es el error. La hegemonía militar de los Estados Unidos está detrás de un liderazgo de efectos catastróficos. De nada sirvió la advertencia que supuso el fracaso de los bombardeos pre-Ramadán sobre Irak. Tras la negativa serbia registrada en Rambouillet, el lenguaje de las bombas suplantó de inmediato, hoy sabemos que insensatamente, a la vía diplomática y a la presión económica. Sin previsión alguna de lo que Milosevic iba a realizar antes de que los bombardeos adquiriesen consistencia: vaciar Kosovo. La ONU quedó invalidada, y lo que es peor, Clinton ha hecho de esta lamentable experiencia una justificación para asignar a su OTAN el derecho de injerencia en cualquier caso posterior de exigencias "humanitarias" (cuyo primer ensayo, por cierto, tuvo lugar hace un siglo en Cuba). La eficacia de los bombardeos resolverá. Mayor miseria política no cabe, y tampoco mayor riesgo para Europa de confirmarse tal escenario. Kosovo es el espejo. De cara al futuro, la OTAN es el problema.

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