Tribuna:

Ideología, centro y modernidad

¿Podemos albergar la esperanza de que algún día la topología política valenciana evolucione hacia formas y contenidos más acordes con el discurso de la modernidad o estamos los valencianos condenados a vivir bajo los ecos de los discursos políticos decimonónicos? Circula un prejuicio, promovido, como es natural, por sus beneficiarios, según el cual sólo la izquierda tradicional, sus gentes y sus representantes, poseerían ideales nobles, como la justicia social, la solidaridad, la cultura o el progreso. Según el mismo prejuicio, sólo los hombres y las mujeres de la izquierda ordenarían su vida ...

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¿Podemos albergar la esperanza de que algún día la topología política valenciana evolucione hacia formas y contenidos más acordes con el discurso de la modernidad o estamos los valencianos condenados a vivir bajo los ecos de los discursos políticos decimonónicos? Circula un prejuicio, promovido, como es natural, por sus beneficiarios, según el cual sólo la izquierda tradicional, sus gentes y sus representantes, poseerían ideales nobles, como la justicia social, la solidaridad, la cultura o el progreso. Según el mismo prejuicio, sólo los hombres y las mujeres de la izquierda ordenarían su vida sobre una obediencia a tales valores, se entregarían generosamente a su defensa y tendrían como única finalidad de su quehacer político ponerlos al servicio de la sociedad. Para esta visión de las cosas, los otros, es decir, la derecha o el centro, que para ellos es sólo una forma dulce de presentarse aquella, serían una renovación encarnada del espíritu malicioso y estarían indefectiblemente entregados al egoísmo y a la administración de intereses particulares e inconfesables, de modo que sus organizaciones no serían sino agrupaciones circunstanciales unidos por la defensa de privilegios que sólo pueden ser presentados como sociales gracias a los afeites de la publicidad, el engaño y la doble moral. Este dualismo maniqueo que, a pesar de toda la que ha caído sobre aspectos importantes de la gestión socialista de los últimos años, continúa, sorprendentemente, dando su juego, es, por más dulcificado que se presente ante nosotros, un resto del déficit democrático, endémico en un país como el nuestro que abortó todos los ensayos de iniciar una vida moderna al tiempo que la mayoría de los países europeos con la excepción del presente democrático. En el fondo, viene a decir que sólo la izquierda tiene una política legítima, mientras que desde el centro impulsaríamos un simulacro de política y, por eso, nuestro estar en el poder lo es de forma espuria, pasajera, provisional, un resfriado de la historia. El argumento subyace de forma implícita a las manifestaciones de líderes relevantes de los partidos de izquierda y todavía puede identificarse en las páginas de los periódicos. A mi entender, este inmovilismo de gestos, contenidos y actitudes, significa que la izquierda bendice acríticamente sus tradiciones históricas, incluso las más inciviles. A pesar de todas las operaciones de imagen, no ha habido últimamente en la izquierda renovación del discurso. Ni siquiera el más distante de los críticos podría acusar al PP de este defecto. Con pleno conocimiento del problema, el presidente Zaplana reclamaba hace ya algunas semanas una campaña seria en cuanto a transmisión de mensajes y alternativas, honesta, reacia a las descalificaciones y, sobre todo, formulada con respeto también para los votantes de izquierda recordándoles que el Consell gobernará siempre para la totalidad de los ciudadanos. El supuesto de este llamamiento es que la sociedad valenciana ha cerrado aquel dualismo maniqueo y está dispuesta a considerar las diferentes opciones políticas como variaciones legítimas de una misma comunidad básica de vida. A veces tengo la impresión de que nuestra izquierda va muy por detrás de la claridad de ideas y la altura ética conquistada por la sociedad valenciana. Mi previsión es que pagará electoralmente por ello. El centro político no es ningún espacio vacío de pensamiento ni una derecha envuelta en celofán. Nosotros creemos que ninguna fisura profunda recorre nuestra sociedad, aunque algunos políticos de uno y otro signo se empeñen en crearla. Por eso estamos dispuestos a atender todos los fenómenos propios de una sociedad moderna, que necesariamente debe equilibrar diversos valores, intereses y puntos de vista. Quizás no tengamos ninguna ideología dogmática, pero nos sentimos satisfechos de no cargar con fundamentalismos antiguos. En este sentido, nuestra relación con el pasado político español y valenciano, reciente o lejano, es más crítica que la mantenida hoy por la izquierda que, con demasiada frecuencia, se autoatribuye la exclusiva de la razón histórica. Entendemos que la cultura democrática española está en el futuro, no en el pasado y desearíamos sinceramente que la izquierda nos acompañara por ese camino de renovación que implicará, desde luego, relativizar y reformular la propia topología de nuestras diferencias. Así, es también verdad que nosotros insistimos en la libertad individual, en la dimensión personal del hombre, pero porque sólo así se asumen responsabilidades y se alejan los paternalismos que mantienen a los pueblos en la minoría de edad. Pero entendemos que esto no es contradictorio con el ejercicio de la solidaridad con los verdaderamente necesitados. Como es lógico, estamos abiertos a las nuevas realidades sociales, al nuevo papel de la cultura y el ocio, pero también reconocemos valores tradicionales (porque no deben ser rechazados sólo por el hecho de serlo) y estamos preocupados por la transmisión amenazada de dimensiones espirituales del ser humano. Afirmamos la necesidad de superar reflejos arcaicos acerca de las diferencias sexuales, pero también llamamos la atención sobre el papel de la diferenciación de roles materno y paterno en el seno de una familia equilibrada. Deseamos la igualdad de oportunidades como los primeros, pero no para promover forzadas uniformidades sino para promover la pluralidad y la igualdad en la diferencia. Defendemos la justicia de atender derechos, pero también la necesidad de asumir deberes. Trabajamos por una sociedad valenciana identificada consigo misma, pero abierta al cosmopolitismo y el intercambio y ajena a los fundamentalismos, al romanticismo paralizador y a la crispación desangrante. La base de nuestra conducta política está fundada en los mismos valores de la sociedad moderna, que no son patrimonio de nadie, de ninguna opción política particular, sino de la propia lógica de desarrollo del mundo actual y de las evidencias de las más amplias capas populares. Por eso reflejamos la sociedad entera desde una sensibilidad que debe ser más compleja y abierta que la que permiten las tradiciones políticas formadas en el siglo XIX, en el fondo, dogmáticas. Por eso aspiramos a gobernar para toda la sociedad y a ella, a su mayoría, dirigimos nuestro mensaje. Se puede llamar pragmatismo a esta concepción del centro político. Pero interpretarlo como algo peyorativo no es sino desconocer la noble tradición de la palabra "prágmata", de las cosas sociales necesarias para mejorar la vida de la comunidad preservando su identidad y equilibrio en su libertad concreta, sensible, plural, urgente. Prágmata es el trabajo continuamente renovado en interrelación permanente con sus resultados, los de la praxis. Por el contrario, la ideología ya no es un elemento de esta praxis concreta y contingente, por mucho que algunos se empeñen en embalsamar la antigualla, sino que lo es la inteligencia operativa y el mejor argumento. El mundo moderno está hecho de cosas que hay que cambiar y de otras que hay que mantener. La izquierda, al depender de aquellos supuestos fundamentalistas, ha optado por mantener lo peor de su propia tradición.

Antonio Lis es portavoz del PP en la campaña electoral.

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