Tribuna:

Rubicón

La cumbre de la OTAN concluida el pasado domingo 25 de abril aprobó un documento denominado Nuevo Concepto Estratégico que puede implicar un paso del Rubicón, iniciando un giro copernicano en la reciente historia del mundo que parece destinado a desencadenar unas consecuencias trascendentales pero todavía incalculables. Quizá por eso se hizo con nocturnidad y alevosía, de espaldas a la opinión pública y sin mediar anuncio, debate ni preparación previa. Es verdad que la reunión estaba convocada con solemnidad, teniendo que conmemorar el cincuentenario de su fundación. Y tam...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La cumbre de la OTAN concluida el pasado domingo 25 de abril aprobó un documento denominado Nuevo Concepto Estratégico que puede implicar un paso del Rubicón, iniciando un giro copernicano en la reciente historia del mundo que parece destinado a desencadenar unas consecuencias trascendentales pero todavía incalculables. Quizá por eso se hizo con nocturnidad y alevosía, de espaldas a la opinión pública y sin mediar anuncio, debate ni preparación previa. Es verdad que la reunión estaba convocada con solemnidad, teniendo que conmemorar el cincuentenario de su fundación. Y también se suponía que se aprobaría alguna declaración intentando justificar un empleo unilateral de la fuerza militar que no contaba con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero lo que no se esperaba es que se adoptase la precipitada e irresponsable decisión de abrogar de un solo plumazo la fuente del derecho internacional. Si Julio César cruzó el Rubicón desobedeciendo al Senado romano, eso mismo es lo que ha hecho la OTAN, pues el Consejo de Seguridad era el Senado mundial.¿Fueron conscientes los patronos de la OTAN de lo que estaban firmando? Quizá no, pues su miope pragmatismo les permitió creer que se trataba únicamente de convalidar retroactivamente la dudosa legalidad de los bombardeos balcánicos. Pero lo hicieron justificándolo no como una excepción de la regla, que vendría en definitiva a confirmarla (lo que al menos hubiera supuesto un mal menor), sino, por el contrario, como un precedente, que autoriza en el futuro a reincidir discrecionalmente, lo que implica la derogación efectiva de la regla vulnerada. Todo, por supuesto, de acuerdo a los principios del liberalismo y con las mejores razones humanitarias. Así regresa la filosofía del juez de la horca, tradicional en la norteamericana cultura de frontera, que ante el vacío legal se arroga el derecho a tomarse la justicia por su mano. Lo cual era esperable en Clinton, dada la excepcionalidad estadounidense, pero no en los representantes europeos, que debieran valorar la cultura civil de respeto al principio de legalidad formal.

Pero no se trata de formalismo sino de mera racionalidad. Es el viejo debate entre la reforma y la ruptura de las reglas de juego como forma de cambiarlas cuando ya no funcionan. Nuestra transición a la democracia, que apostó por la reforma de la legalidad vigente respetando su letra escrupulosamente, demostró la superior eficiencia de la reforma frente a la ruptura que proponían revolucionarios y golpistas. En cambio, la OTAN, ante la necesidad de cambiar las reglas de juego de un Consejo de Seguridad de la ONU que ya no funciona, no ha apostado por su reforma, sino por su ruptura. Parece, desde luego, más práctico, más rápido y más eficaz. Pero sólo a corto plazo, pues a la larga es ineficiente, generando tan sólo inseguridad jurídica.

Y esta inseguridad jurídica, instaurada desde el pasado 25 de abril, producirá mayor desorden internacional que el que se intenta neutralizar con esta medida de fuerza. Lo cual multiplicará la necesidad de recurrir a nuevos incrementos de fuerza para reducir la creciente inseguridad emergente, haciéndose preciso un omnipresente Leviatán a escala mundial. Pues ése es el dilema de Hobbes: ¿cómo se crea un orden político capaz de superar el desorden bélico? Sólo hay dos soluciones opuestas: la contractualista, basada en el multilateral consenso jurídico que inspiró la creación tanto de la ONU como de la Unión Europea, y la imperialista, basada en el unilateral monopolio de la violencia. Pues, bien, parece que el presidente Clinton, sin pararse a pensarlo dos veces, opta por la segunda en nombre del realismo político: de ahí que se oponga al Tribunal Penal Internacional, que desobedezca a la multilateral Organización Mundial del Comercio y que ahora decrete la abolición de facto del Consejo de Seguridad de la ONU.

Todo ello, con el explícito consentimiento del presidente Aznar, que lo ha rubricado por escrito en nombre del pueblo español.

De ello deberá rendir cuentas ante el Congreso de los Diputados.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En