Tribuna:

Más vale tarde que nunca

Sin 1991 no se habría producido 1995. Me explico. En 1991, tras conocerse los resultados de las elecciones municipales de 1991, la dirección de IU decidió apoyar a los candidatos a alcalde del PSOE sin negociar ningún tipo de pacto y sin integrarse en los gobiernos municipales, con la finalidad, se dijo, de impedir que el PP gobernara donde había mayoría de izquierda. En aquel momento publiqué un comentario sobre dicha decisión, valorándola positivamente. Me equivoqué de arriba a abajo. Los votos no se pueden regalar. En primer lugar, porque cuando se concurre a unas elecciones y se solicita e...

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Sin 1991 no se habría producido 1995. Me explico. En 1991, tras conocerse los resultados de las elecciones municipales de 1991, la dirección de IU decidió apoyar a los candidatos a alcalde del PSOE sin negociar ningún tipo de pacto y sin integrarse en los gobiernos municipales, con la finalidad, se dijo, de impedir que el PP gobernara donde había mayoría de izquierda. En aquel momento publiqué un comentario sobre dicha decisión, valorándola positivamente. Me equivoqué de arriba a abajo. Los votos no se pueden regalar. En primer lugar, porque cuando se concurre a unas elecciones y se solicita el voto de los ciudadanos, hay que ser congruente después e intentar poner en práctica una política que responda a lo que se ofertó en la campaña y a la respuesta ciudadana que dicha oferta generó. Un partido tiene que negociar con los votos que ha recibido y procurar que la política que se haga desde la instancia de gobierno que sea, estatal, autonómica o municipal, incorpore lo más posible del programa que recibió dichos votos. Y en segundo, porque el regalo es, en realidad, una coartada para la ruptura posterior. Más todavía. El regalo de los votos es ya una ruptura encubierta. Se trata de una forma de manifestación de la profecía que se autocumple: Os hemos dejado que gobernéis en solitario, sin poneros condiciones, pero lo que no puede ser no puede ser. En el regalo de 1991 estaba ya implícita la ruptura del 94 en las autonómicas andaluzas y la del 95 en las municipales en toda España y, especialmente, en las capitales de provincia de Andalucía así como en las autonómicas en Asturias. El resultado está a la vista. Y no sólo en los gobiernos de derecha en sitios con mayoría de izquierdas, sino en la forma en que la derecha ha podido gobernar. Sin la deslegitimación que ha supuesto para los gobiernos de izquierdas, estatal, autonómicos o municipales, el ataque brutal de IU desde inmediatamente después del regalo de 1991, la oposición que se le hubiera podido hacer al PP hubiera sido muy distinta. Parece que la lección ha sido aprendida. "No puede volver a repetirse lo ocurrido hace cuatro años", afirmó el viernes pasado la candidata por IU a la alcaldía de Córdoba, Rosa Aguilar, haciendo suya la misma frase que pronunció Joaquín Almunia, también en Córdoba, el pasado 6 de abril al presentar la candidatura de José Mellado. Y es que, como añadió también Rosa Aguilar, "si el ciudadano quiere un gobierno de izquierdas, no podemos consentir que haya uno de derechas". La concentración del voto de derechas en el PP obliga al PSOE e IU a entenderse. La integración del voto de extrema derecha en el PP, con presencia incluso en su dirección, exige una respuesta conjunta de la izquierda española. Con un clima de enfrentamiento en el seno de la izquierda, como el que se ha producido en los noventa, la derrota está prácticamente garantizada. Más vale tarde que nunca.

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