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Los Balcanes

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MIGUEL ÁNGEL VILLENA Unos 400 soldados zarparon el miércoles desde el puerto de Valencia, camino de Albania, para montar un campo previsto para 5.000 refugiados kosovares. La noticia no ha merecido más que una atención de segundo orden en los medios de comunicación porque las misiones civiles y militares españolas en los Balcanes se han convertido, desde 1992, en un acontecimiento normal. Alrededor de 20.000 españoles han desfilado desde comienzos de la década por el territorio de la antigua Yugoslavia. La mayoría han sido militares, pero la participación española ha incluido una variopinta l...

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MIGUEL ÁNGEL VILLENA Unos 400 soldados zarparon el miércoles desde el puerto de Valencia, camino de Albania, para montar un campo previsto para 5.000 refugiados kosovares. La noticia no ha merecido más que una atención de segundo orden en los medios de comunicación porque las misiones civiles y militares españolas en los Balcanes se han convertido, desde 1992, en un acontecimiento normal. Alrededor de 20.000 españoles han desfilado desde comienzos de la década por el territorio de la antigua Yugoslavia. La mayoría han sido militares, pero la participación española ha incluido una variopinta lista de médicos, cooperantes, diplomáticos, periodistas, empresarios, escritores, cineastas y objetores de conciencia. Aunque antes del comienzo de los bombardeos de la OTAN sobre la actual Yugoslavia los focos informativos habían abandonado los Balcanes, cabe recordar que más de un millar de soldados españoles, a las órdenes de la Alianza Atlántica, y unos cientos de miembros de ONG están desplegados en la actualidad en Bosnia-Herzegovina. Pero las misiones de compatriotas en la zona, que han contado con la presencia en un puesto destacado del valenciano Ricard Pérez Casado, han suscitado dos reacciones: por un lado, un amplísimo apoyo social y, por otro, un nulo debate intelectual. Así, mientras una inmensa mayoría de ciudadanos ha respaldado y respalda la participación en los Balcanes, las minorías ilustradas han mantenido un cómodo y perplejo silencio ante la primera guerra en Europa desde 1945. Más allá, claro está, de la condena genérica de la violencia. Quizá están muy cerca las costas yugoslavas para que no destapen demonios familiares en nuestro litoral. En cualquier caso, produce sonrojo que esos profesores, intelectuales y artistas que opinan de lo divino y de lo humano no hayan suscitado discusiones a fondo sobre las guerras balcánicas, como ha ocurrido en Alemania o en Francia. ¿No hay lecciones que extraer de la antigua Yugoslavia sobre reivindicaciones nacionalistas, fanatismos religiosos, derechos de las minorías o derrumbamientos del comunismo?

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