Tribuna:

La mesa de disección

ENRIQUE MOCHALES A la pregunta, en un examen escolar, "¿qué son una merluza y una sardina?", un niño contestó: "Amigas". Justo es reconocer que la respuesta es original, pero no por eso idiota. Aquí la medición clásica de la inteligencia y el coeficiente intelectual no tienen nada que hacer contra la belleza del absurdo que, al fin y al cabo, tanto juego da en las artes, las ciencias e incluso en la vida cotidiana. Recordemos el dadaísmo, el surrealismo, la teoría del caos, o sencillamente la historia y la antihistoria o historia virtual, que proponen juegos interesantes sobre el tapete de lo...

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ENRIQUE MOCHALES A la pregunta, en un examen escolar, "¿qué son una merluza y una sardina?", un niño contestó: "Amigas". Justo es reconocer que la respuesta es original, pero no por eso idiota. Aquí la medición clásica de la inteligencia y el coeficiente intelectual no tienen nada que hacer contra la belleza del absurdo que, al fin y al cabo, tanto juego da en las artes, las ciencias e incluso en la vida cotidiana. Recordemos el dadaísmo, el surrealismo, la teoría del caos, o sencillamente la historia y la antihistoria o historia virtual, que proponen juegos interesantes sobre el tapete de los escandalizados racionalistas y tecnócratas. Si todavía estamos viviendo en la posmodernidad, la indeterminación, a menudo absurda, sería una de sus características principales, y precisamente ese absurdo se convertiría en uno de los motores del pensamiento actual. Porque el absurdo tiene una característica paradójica: es inteligente. La definición que un eminente científico, K. Wright, dio del ser humano hace poco tiempo es la siguiente: "Ser humano: dispositivo analógico de procesamiento y almacenamiento de información, cuya anchura de banda es de unos 50 bits por segundo, y que sobresale en el reconocimiento de formas y regularidades, pero es lento en los cálculos secuenciales". Toma ya. No era suficiente con los tests que miden el coeficiente intelectual, según los cuales se puede juzgar a todo el mundo, como si el CI fuera una dimensión única y mensurable para todos por el mismo rasero. Algunos dirán que un test de coeficiente intelectual no es tan absurdo, a pesar de que en la inteligencia intervienen muchas circunstancias de todo tipo a la hora de dotar al pensamiento de cierta coherencia, pero esto, en mi opinión, no hace más que otorgarle un grado, si cabe, aún más ridículo a la medición objetiva de la inteligencia, que no tiene en cuenta las emociones ni la cultura. Está claro que las discusiones bizantinas, y que me perdonen los filósofos, son una parte importantísima del saber y la cultura humana, si no aquella que desemboca en grandes corrientes de pensamiento, artísticas, literarias, o lo que sea, así que hay que darle su debida transcendencia y conceder al ser humano la condición de absurdo que se merece. Yo incluso extendería esa condición de absurdo a lo animal, ahora que se ha puesto de moda una discusión sobre la moralidad o inmoralidad de la peletería en un programa de la televisión, y se diferencia entre animales despellejables y no despellejables. Borges catalogaba a los animales en una clasificación "de enciclopedia china" de tal forma: "Los animales se dividen en a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluídos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas". Me dirán que es absurdo aprovecharse de este texto del genial Borges, que me ha matado el artículo, o que lo he metido con calzador para llenar líneas y fumarme rápido la columna, pero es que esta peculiar catalogación ilustra el tema del que hablo. ¿Acaso esta clasificación de Borges no pasaría por ser idiota? ¿Y acaso no es, por el contrario, enormemente inteligente? Yo aplicaría, por descontado, la citada catalogación de Borges a la inteligencia humana, y no me tomaría tan en serio los tests de CI, excepto cuando sirven para diagnosticar trastornos mentales graves. Bueno es saber que la inteligencia humana es una extensión, una herramienta que en buena medida se ocupa no sólo del ridículo, sino también de hacer el ridículo con la más solemne de las seriedades. La labor de la inteligencia humana, lo mismo que la de los enciclopedistas, es interpretar y ordenar ese absurdo. No es de extrañar que, en este encomiable empeño, se nos pegue algo del espíritu dadaísta que a veces parece gobernar el Universo. La estupidez de la teoría, por llamarla de alguna forma, es, en muchos casos, el motor del mundo.

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