Tribuna:

Colaterales

E. CERDÁN TATO Los cuerpos carbonizados de otros diez "efectos colaterales" alimentan las raíces azucaradas de la remolacha, en tierras serbias. En el puente de Grelica, toda una inclemencia de diseño vulnerario aniquiló un tren de pasajeros, y a varios los pasaportó a un paraíso de menudillos incandescentes. Poco después, la gloria aérea aliada descuartizó setenta "efectos colaterales" más de una columna de refugiados kosovares. Lejos de allí, diecinueve señores de la guerra le declararon su amor a un pueblo de pastores del que apenas si tenían noticia. Pero los señores de la guerra habían e...

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E. CERDÁN TATO Los cuerpos carbonizados de otros diez "efectos colaterales" alimentan las raíces azucaradas de la remolacha, en tierras serbias. En el puente de Grelica, toda una inclemencia de diseño vulnerario aniquiló un tren de pasajeros, y a varios los pasaportó a un paraíso de menudillos incandescentes. Poco después, la gloria aérea aliada descuartizó setenta "efectos colaterales" más de una columna de refugiados kosovares. Lejos de allí, diecinueve señores de la guerra le declararon su amor a un pueblo de pastores del que apenas si tenían noticia. Pero los señores de la guerra habían educado sus ademanes y les incomodaba la violencia de algunas expresiones impropias de su fulgurante potestad. Entonces, confiaron a lexicógrafos y académicos la tarea de moderar la jerga bélica, y de adecuarla a la presuntamente pulcra y precisa cirugía de sus arsenales. Y ya no hubo más guerras, sino tan solo conflictos, reyertas, exhibiciones persuasivas, y ciertos "efectos colaterales", o sea, víctimas provocadas más por una meteorología voluble que por la inteligencia de su armamento. Curiosamente, a los diecinueve señores de la guerra, que acreditaron prisa o incompetencia política y diplomática, ni se les ocurrió pensar en el futuro inmediato de aquel pueblo al que pretendían salvar de las atrocidades de un carnicero insaciable; de manera que precipitadamente lo tuvieron que alojar en el abandono y la destemplanza de la intemperie. Veinticinco días después de iniciadas las maniobras, los señores de la guerra aún mantienen la apariencia de unidad en la frustración. Y discretamente, insinúan nuevas negociaciones. Cuando la humanidad se dispone a echar el cierre de un milenio, contempla, escéptica y decepcionada, el mismo panorama del anterior: la barbarie excita la barbarie, y su helada extensión. Y un eufemismo administrativo: la muerte ya no es liturgia, ni lágrima, ni crisantemo, ni verso; es un insulso "efecto colateral". Los poetas románticos ya pueden agenciarse otra ocupación: hasta les han prohibido escribir elegías en el papel timbrado de esa vileza inútilmente enmascarada de los "efectos colaterales".

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