Tribuna:

Viva la "Pax Americana"

ENRIQUE MOCHALES El misil filma el objetivo mientras se acerca, filma la cara del niño boquiabierto que lo mira, filma el estertor de un moribundo que ha quedado en el borde del camino, filma las serpientes oscuras de muchedumbre que abarrotan las carreteras hacia ninguna parte, filma en definitiva todo aquello que está siendo destruido, porque el misil nos lo quiere mostrar para que comprobemos su poder. Es un misil inteligente dotado de gran visión, un misil que une a los pueblos del imperio y que impacta exactamente donde se le manda. En las fotografías y filmaciones que hace el misil los ...

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ENRIQUE MOCHALES El misil filma el objetivo mientras se acerca, filma la cara del niño boquiabierto que lo mira, filma el estertor de un moribundo que ha quedado en el borde del camino, filma las serpientes oscuras de muchedumbre que abarrotan las carreteras hacia ninguna parte, filma en definitiva todo aquello que está siendo destruido, porque el misil nos lo quiere mostrar para que comprobemos su poder. Es un misil inteligente dotado de gran visión, un misil que une a los pueblos del imperio y que impacta exactamente donde se le manda. En las fotografías y filmaciones que hace el misil los prisioneros de guerra son rehenes, las víctimas inocentes son bajas inevitables, el conflicto necesario, la injusticia ponderable. "Los buenos somos nosotros", dice el Gran Señor de la Guerra por un altavoz instalado en el misil, y todos han de acatar la máxima, y, por descontado, ni siquiera lo que todos han visto y oído a través de ese misil de un solo ojo, otras veces llamado telediario, logra hacer unas ondas en este océano de sumisión que se hace llamar Comunidad Internacional. En determinados momentos no puedo sino dudar de eso otro que algunos dicen democracia mientras el misil va. El misil no entiende de opiniones políticas, es inocente, blanco, y vuela lo mismo que una paloma de la paz, y su cabeza explosiva es como una ramita de olivo, y nos narra cuentos alrededor de la gigantesca hoguera que ha producido su explosión, mientras nosotros escuchamos y vemos el fuego, impotentes, como niños. Este misil lo montamos y galopamos todos. Dentro de su cuerpo metálico viaja nuestra responsabilidad, nuestra aquiescencia, incluso nuestras quejas, nuestra diversidad, nuestras razones humanitarias, nuestras ONG, nuestros hijos y nuestro pan de cada día. Bombardeamos con los mejores sentimientos, con nuestros mejores deseos. En el patético panorama de Yugoslavia, una vez deshonrada por Milosevic, machacada por el Gran Señor -y nosotros, sus alegres esclavos- lloverán hamburguesas, sí, hamburguesas. El mismo misil que llevó la destrucción de nuevo hasta esa región del mundo rociará los campos con pollo frito de Kentucky, y de los ríos brotará Coca-Cola. En los Balcanes reinará un nuevo visir en lugar del visir, y todo el mundo será muy feliz. Bajo el mando americano les diremos a los albano-kosovares que todo ha terminado, que entierren a sus muertos y que olviden, pues hubiera podido ser peor. Convenceremos a los serbios de que ellos se lo buscaron, de que en este caso el fin justificaba los medios y de que fueron engañados por su caudillo. La pregunta es si nos creerán, si todos olvidarán de un día para otro, si nos estarán agradecidos, si serbios y kosovares se sonreirán en el día del amanecer mientras pisan ruinas y visitan tumbas, si lograrán hacer de tripas corazón después del sufrimiento que han padecido por gracia de Milosevic, de la OTAN, de eso que se da en llamar la Comunidad Internacional, de la madre que nos parió a todos. Bastará tal vez con un masificado lavado de cerebro a base de Mac Donalds, de pop británico, de moda de París, de embutidos alemanes, diseño italiano, tinto de la Rioja y otras tantas cosas que sería demasiado largo enumerar para que ellos, con lágrimas en los ojos, nos den un abrazo e incluso nos pidan perdón por habernos causado tanto trabajo. Tal vez entonces y sólo entonces las heridas cerrarán dejando tras de sí profundas cicatrices que sólo desaparecerán cuando mueran los que las llevan, mientras los fabricantes de armas hacen recuento del dinero que han ganado con la contienda. Y la Pax Americana, encarnada en su estatua de la libertad y su democracia, amparada por sus propios métodos de guerra, seguirá reinando por los siglos de los siglos. Amén.

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