Tribuna:

Independencia y competencia

ANTONI BOSCH Aunque el mediocre mandato de Esperanza Aguirre en educación ya es historia y el nuevo ministro Rajoy es persona de talante bien distinto, parece difícil esperar de esta sustitución el cambio radical de política que exige nuestra Universidad. La Universidad española, en realidad toda la Universidad europea, vive sus horas más bajas. En una lista de las universidades del mundo, ordenadas por sus resultados investigadores, ninguna universidad europea aparecería entre las 10 primeras. Todas serían estadounidenses. Europa se ha descolgado de la vanguardia de la investigación. Sus uni...

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ANTONI BOSCH Aunque el mediocre mandato de Esperanza Aguirre en educación ya es historia y el nuevo ministro Rajoy es persona de talante bien distinto, parece difícil esperar de esta sustitución el cambio radical de política que exige nuestra Universidad. La Universidad española, en realidad toda la Universidad europea, vive sus horas más bajas. En una lista de las universidades del mundo, ordenadas por sus resultados investigadores, ninguna universidad europea aparecería entre las 10 primeras. Todas serían estadounidenses. Europa se ha descolgado de la vanguardia de la investigación. Sus universidades no investigan, no piensan, no producen con el volumen y la calidad necesarios para estar entre las primeras del mundo. ¿Qué tienen de distinto las universidades estadounidenses? Déjenme que destaque dos ingredientes que en realidad no son más que lo mismo: independencia y competencia. Las universidades estadounidenses, tanto privadas como públicas, son independientes y compiten entre sí. Siendo un lugar común afirmar que la competencia constituye un estímulo a la creatividad, a la imaginación y al esfuerzo, resulta paradójico que, para muchos, el valor de esta afirmación se detenga a las puertas de la Universidad. Basta con saber mirar para darse cuenta de que en la raíz de la desproporcionada creatividad de las universidades estadounidenses está la independencia de estas instituciones, que compiten entre sí por los mejores profesores, por los mejores alumnos, por la mayor cantidad de dinero. En ese país, las universidades forman parte de un entorno altamente competitivo. Para empezar, los rectores de las universidades estadounidenses no son elegidos mediante un procedimiento orgánico-democrático como en nuestro país. En España, y también en Europa, para llegar a rector hay que ser un maestro del equilibrio político, puesto que cualquier grupo interesado en hacer política universitaria, por marginal o irrelevante que sea, tiene grandes posibilidades de poner y quitar rectores. No es de extrañar, por lo tanto, que pocas iniciativas innovadoras partan de estos rectores, personajes atados y bien atados por una maraña de pequeños intereses particulares. Pero es que, además, ni los rectores ni las universidades tienen la última palabra cuando se trata de añadir o quitar estudios, seleccionar su profesorado, seleccionar sus alumnos, fijar los montos de las matrículas, los sueldos de sus profesores o las becas de sus estudiantes. Miremos a donde miremos, la foto es siempre la misma: una Universidad española carente de competencias, una Universidad que no compite, una Universidad mayoritariamente incompetente. Déjenme que les dé tres ejemplos. Los presupuestos de las universidades españolas son fruto de un proceso burocrático que empieza en Madrid y termina en los despachos de las comunidades autónomas. Los profesores e investigadores son seleccionados por unas comisiones formadas mayoritariamente por profesores de otras universidades. ¿Se imaginan que los profesores de Harvard los seleccionaran profesores de Yale, Berkeley o Chicago? Sería el fin de la competencia, como sería el fin de la competencia en la Liga española de fútbol si los jugadores del Madrid los seleccionaran los presidentes del Barça, del Betis o del Bilbao. ¿Y qué tiene que decir cada universidad en la selección de sus alumnos? Nada, como es bien sabido. Unos alumnos que, a propósito, tienen sus estudios subvencionados en más de un 80% por los impuestos de todos los españoles, sean hijos de potentados o de parados. ¡Cuánto más partido se podría sacar de estas subvenciones multimillonarias si se dirigieran a los que no pueden pagar, o a los que tienen méritos académicos excepcionales! No es un artículo de periódico el lugar para ir desgranando una a una las medidas necesarias para hacer virar la Universidad española, y la europea, en la dirección de una mayor autonomía y competencia. Pero sí puede ser el sitio para sugerirle al nuevo equipo ministerial que encare el futuro buscando su inspiración allí donde mejor se están haciendo las cosas.

Antoni Bosch es catedrático de la Universidad Pompeu Fabra.

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