Tribuna:

Cabeza de turco

J. J. P. B.No es necesario esperar a que acabe la legislatura para asegurar que el consejero de Sanidad, Joaquín Farnós, no dimitirá ni será destituido por mucho que desde la oposición se obstinen en pedir a diario su cabeza y responsabilizarle de todas las calamidades de la sanidad pública. Este encarnizamiento con su gestión y su persona quizá constituya el mejor aval para su continuidad al frente del departamento pues, por lo pronto, mientras las críticas se condensan en esta parcela no se cuestionan con semejante severidad otras. Y, además, a fuerza de machacar el mismo clavo con ta...

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J. J. P. B.No es necesario esperar a que acabe la legislatura para asegurar que el consejero de Sanidad, Joaquín Farnós, no dimitirá ni será destituido por mucho que desde la oposición se obstinen en pedir a diario su cabeza y responsabilizarle de todas las calamidades de la sanidad pública. Este encarnizamiento con su gestión y su persona quizá constituya el mejor aval para su continuidad al frente del departamento pues, por lo pronto, mientras las críticas se condensan en esta parcela no se cuestionan con semejante severidad otras. Y, además, a fuerza de machacar el mismo clavo con tan nula eficacia los golpes pierden contundencia y se disuelven en la rutina. Y dicho esto añado que comparto una parte de las críticas aludidas. No, por supuesto, aquellas que le endosan y sobre todo en los términos en que se hace la culpa por el contagio de hepatitis C, o las irregularidades y corrupciones que se vienen denunciando -comercialización de productos ortopédicos, uso de laboratorios para lucro particular, o los numerosos rifirrafes judiciales, etc-. Se trataría en estos casos, como mucho, de una responsabilidad política, a menudo heredada, y no la decantada de una implicación personal, como en ocasiones se sugiere o afirma. Más grave por decisivo me parece el propósito privatizador que desarrolla el Gobierno del PP y del cual, obviamente, Farnós no es más que el brazo ejecutivo. O la compatibilidad entre el ejercicio público y privado de la medicina con lo que se me antoja un patente menoscabo para aquella. Pero frenar e invertir este proceso requiere ganar unas elecciones. No es bastante darle caña o descalificar a quien, en definitiva, procede consecuentemente con el programa de un partido legitimado en las urnas. Por otra parte, sin negar la pertinencia de las críticas y denuncias, especialmente en un sector tan complejo y conflictivo como es el de la sanidad, entiendo que la última palabra le incumbe al usuario de los servicios médicos, a los ciudadanos. Y, a este respecto, ¿dónde están las protestas por los vicios y deficiencias que se airean? Que no nos guste el sistema o sus gestores es una cosa y muy otra que falle la atención al paciente. Por este lado Farnós tiene cuerda para rato, siempre y cuando aguante el chaparrón censor.

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