Cartas al director

Nihil Novum

A Félix de Azúa, que en su columna del 6 de enero comenta con citas antiguas cómo tampoco en esa mala pasión del deporte hay nada nuevo bajo el sol, le gustará saber que la actual doctrina oficial sobre las "selecciones nacionales" del deporte -impugnada por vascos y catalanes- tiene su precedente, no en el deporte, sino en la religión: la doctrina de Iustus Lipsius: "Cuius regio eius religio"; de manera que hoy que en lo religioso se ha impuesto la libertad de culto, la doctrina de Lipsio se ha desplazado sobre lo deportivo: "A cada reino una misma y única selección nacional". Enrique de Nava...

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A Félix de Azúa, que en su columna del 6 de enero comenta con citas antiguas cómo tampoco en esa mala pasión del deporte hay nada nuevo bajo el sol, le gustará saber que la actual doctrina oficial sobre las "selecciones nacionales" del deporte -impugnada por vascos y catalanes- tiene su precedente, no en el deporte, sino en la religión: la doctrina de Iustus Lipsius: "Cuius regio eius religio"; de manera que hoy que en lo religioso se ha impuesto la libertad de culto, la doctrina de Lipsio se ha desplazado sobre lo deportivo: "A cada reino una misma y única selección nacional". Enrique de Navarra, el primer rey Borbón en cuanto Enrique IV de Francia, fue el único que osó desafiar la doctrina de Lipsio, con el Edicto de Nantes, de 1598, y seguramente por eso fue asesinado, 12 años más tarde, por Ravaignac, un católico fanático, entusiasta de la doctrina del regicidio del padre Mariana y tal vez envidioso del asesino de EnriqueIII, el dominico Jacques Clement, al que Mariana había celebrado con la frase: "Caeso rege, ingens sibi nomen fecit". En cuanto a la libertad de culto, no deportivo sino religioso, espero agradar a Félix también con la noticia -si es que no la sabe-, sorprendente ante las actitudes religiosas que imperarían en los siglos XVI y XVII, de que el primer defensor de la libertad de culto fue nada menos que el cristiano Tertuliano, de cuyo "Apologeticum" (200 d. C., circa), cap. XXIV, entresaco estas palabras: "Dejad siquiera libre la elección de divinidad; permítase que uno adore a Dios si otro venera a Júpiter; que uno extienda las manos devotas al cielo si otro las extiende a las aras sacrificiales; que uno haga oración mirando al cielo o "contando las nubes", como vosotros decís, si otro contempla el artesonado del templo; que uno ofrezca su alma a Dios si otro hace ofrenda de ella a un cabrón. Mirad que no pertenezca también al título de irreligiosidad quitar la libertad de religión y prohibir la elección de divinidad, de manera que uno no pueda adorar lo que quiere y se le fuerce a venerar lo que no quiere". Enrique IV, dicho sea en su honor, debió de ser el único que, en el siglo XVI, leyese estas palabras. A mí personalmente, lo que son los deportes y las "selecciones nacionales" me producen tanto odio como aburrimiento, pero es todo un signo de los tiempos el que, a juzgar por todas las apariencias, nadie vaya a atreverse a promulgar un Edicto de Nantes del siglo XX, a favor de la plena libertad de culto deportivo. Y al que lo osara, nada me extrañaría que le saliese al callejón algún Ravaignac con un cuchillo. ¡Qué cosas, querido Félix!- .

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