El veneno de los novelistas

Un farmacólogo analiza en un libro personajes y situaciones donde lo grandes autores de novela negra dieron protagonismo a las drogas

Los clásicos de la novela negra se equivocaron poco en cuestión de venenos, y fueron en general muy escrupulosos en el relato de los síntomas, reanimaciones y posibles curas. Cuando Dashiel Hammett, en 1930, escribió El halcón maltés, no se había descubierto la nalorfina agonista, el antídoto que combate la intoxicación aguda de morfina. Pero el autor hizo que el duro Sam Spade abofeteara a la chica y la obligara a pasear para evitar su muerte por un coma morfínico, una reacción literaria adecuada a los conocimientos médicos de entonces. Este es uno de los casos recogidos en el libro del cated...

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Los clásicos de la novela negra se equivocaron poco en cuestión de venenos, y fueron en general muy escrupulosos en el relato de los síntomas, reanimaciones y posibles curas. Cuando Dashiel Hammett, en 1930, escribió El halcón maltés, no se había descubierto la nalorfina agonista, el antídoto que combate la intoxicación aguda de morfina. Pero el autor hizo que el duro Sam Spade abofeteara a la chica y la obligara a pasear para evitar su muerte por un coma morfínico, una reacción literaria adecuada a los conocimientos médicos de entonces. Este es uno de los casos recogidos en el libro del catedrático de Farmacología de la Universidad de Valladolid Alfonso Velasco titulado Los venenos en la literatura policiaca (Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valladolid), que demuestra que en este género los autores cuidaron hasta el detalle sus textos para no incurrir en error alguno a la hora de relatar un envenenamiento o la resolución de un asesinato por los detectives Poirot, Holmes o Maigret, entre otros muchos.Arsénico, curare, muscarina o ruibarbo son algunas de las sustancias que más aparecen en los relatos policiales. Sustancias que, según Velasco Martín, "siempre dejan huella". Sólo hay una, que no quiere citar, "que, administrada por vía intravenosa, no deja rastro".

El catedrático, que para sus clases utiliza los argumentos de novelas de Agatha Christie, Anne Hocking, Dikson Carr, Conan Doyle, Dorothy Sayers, Georges Simenon, Raymond Chandler, Edgard Wallace o S. S. Van Dine, ha establecido una clasificación de los más conocidos envenenamientos literarios y explica que "no existe un solo error en las obras de Agatha Christie o Anne Hocking". Si en la primera los conocimientos sobre farmacología eran lógicos (fue enfermera en las dos guerras mundiales), sorprenden en la segunda, ya que inició su carrera como novelista tardíamente y carecía de conocimientos médicos.

El veneno en la novela negra ha dado pie a infinidad de argumentos. Su uso conseguía provocar psicosis tóxicas en los personajes o que el asesino tirara a la víctima por una ventana haciendo creer a los detectives que era un acceso de locura. De esta manera se desarrolla Un crimen dormido, de Agatha Christie, según señala el catedrático, quien cita también el uso de los tóxicos para producir drogadicción o fármacodependencia como uno de los pies literarios recurrentes. Ese es el argumento de La maldición de los Dain, de Dashiell Hammett, una obra en la que la asesina logra convertir en morfinómana a su hijastra para quedarse con los bienes que ésta ha heredado de su padre.

Pero el problema en el que han derrochado más imaginación los autores de novelas policíacas ha sido la forma de administrar los venenos. Lo normal es que los tóxicos se ingieran por vía digestiva: "El forense buscará el veneno en el estómago, intestino o hígado, pero si se da por otra vía no se encuentra", afirma. Esto sucede en Asesinato en el Casino, de S. S. Van Dine. El homicida mata a su esposa disolviendo atropina en el colirio que utiliza para lavarse los ojos, la sustancia se absorbe por vía conjuntival y se produce la muerte. Situaciones similares se relatan en El Toro de Creta, de Agatha Christie, donde el asesino pone sulfato de atropina en la crema de afeitar de la víctima, con el fin de que el alcaloide se absorba a través de las excoriaciones que produce el afeitado. Alfonso Velasco cuenta un curioso caso. Una enfermera del Guy Hospital, de Londres, cuidaba a un enfermo grave mientras leía El misterio de Pale Horse, de Agatha Christie. Las dolencias del paciente coincidían con el relato de la autora, que narraba un intento de envenenamiento por intoxicación por talio. "Los síntomas eran similares y tras alertar a los médicos se le aplicó el antídoto conocido como Azul de Prusia y se curó", cuenta Alfonso Velasco, un autor al que "el conocimiento de los venenos" impulsó a entrar en la farmacología hace ya 36 años.

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