Tribuna:

Solo en Navidad

Era una noticia menuda, escrita con letra pequeña en un rincón del periódico, una nota mínima que dejaba traslucir una gran tragedia, aunque exenta de matices épicos, protagonizada por un personaje anónimo y único que abandonó su anonimato, sin querer, en vísperas de Nochebuena para servir como dramático contrapunto a la forzada algazara de la Navidad y a sus tópicos.Por regla general, los periódicos, cuando necesitan un contraste de este tipo para dar un toque de "calor humano" a sus crónicas navideñas, suelen echar mano de mendigos, vagabundos y marginados. Ya saben, ese reportero audaz que ...

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Era una noticia menuda, escrita con letra pequeña en un rincón del periódico, una nota mínima que dejaba traslucir una gran tragedia, aunque exenta de matices épicos, protagonizada por un personaje anónimo y único que abandonó su anonimato, sin querer, en vísperas de Nochebuena para servir como dramático contrapunto a la forzada algazara de la Navidad y a sus tópicos.Por regla general, los periódicos, cuando necesitan un contraste de este tipo para dar un toque de "calor humano" a sus crónicas navideñas, suelen echar mano de mendigos, vagabundos y marginados. Ya saben, ese reportero audaz que afronta la Nochebuena en un albergue de caridad brindando con sidra achampanada y atiborrándose de polvorones rancios, en cumplimiento de su sagrada misión informativa y demás zarandajas...

Pero en este caso el protagonista no era ni pobre, ni toxicómano, ni alcohólico, ni siquiera inmigrante ilegal, sino más bien un ciudadano del montón, ni muy pobre, ni muy rico, un vecino de San Sebastián de los Reyes que obtendría el dudoso privilego de las letras de molde simplemente por haber sido el único comensal inscrito en una cena de Nochebuena que su municipio había organizado con la noble finalidad de que las personas solitarias de la localidad tuvieran algo de compañía en fecha tan señalada.

Por fin. El Ayuntamiento tuvo que suspender la cena para que el solitario no se sintiera todavía más solo, sentado a una mesa vacía, en un salón vacío y dispuesto para un ágape de fantasmas. Ni siquiera un concejal, supongo que tendría que haber sido el de Asuntos Sociales, tuvo la delicadeza de sentarse a su lado esa noche o de invitarle a cenar en su casa.

Era una noticia en blanco y negro, una noticia de Berlanga y Azcona, puro Plácido, "Siente usted un pobre a su mesa", versión 1998, que incluso contó con su cesta de Navidad, porque el Ayuntamiento de Sanse, incómodo y compadecido al mismo tiempo, optó por regalarle una al solitario con la expresión de sus mejores deseos para quitárselo de encima y que su sombra no planease sobre la cena navideña del alcalde y de los concejales.

Las cestas de Navidad tampoco han cambiado, o han cambiado muy poco, aunque hoy el cava suele ser brut y antes era semiseco, pero siguen llevando turrón del duro y del blando, un chorizo y un salchichón y, por lo menos, una lata de espárragos. Las cestas de Navidad suelen ser aparatosas e incómodas de transportar: en Plácido, Manuel Aleixandre la llevaba en un motocarro, uno de aquellos ruidos con ruedas petardeantes que constituían una buena parte del parque jurásico motorizado de aquellos años. ¿Tendría automóvil el solitario de Sanse? Para reforzar los tintes dramáticos, es lícito pensar que no. Con un poco de imaginación, visualizar la escena desde un punto de vista peatonal: el pobre solitario saliendo del Ayuntamiento de Sanse con la cesta a hombros, inclinado por el peso de las caritativas viandas, mordisqueando una tableta de Alicante y brindando por San Sadurní de Anoia y por su colega San Feliu de Guixols, que es el encargado de poner los corchos para sujetar a las indómitas burbujas, al amparo del portal de un aparcamiento subterráneo, equivalente contemporáneo del pesebre de Belén.

No fue así, porque todo el mundo sabe que los cuentos de Navidad, por muy trágicos que sean, tienen que acabar bien. El solitario de Sanse acabó este año compartiendo la cesta con sus familiares, porque el solitario tenía familia, sólo que no quería saber nada de ella, o tal vez ella no quería saber nada de él. A lo mejor el solitario, a la vista de los planes navideños que se perpetraban en su casa, prefirió tomar el portante para no enfrentarse a sus cuñados, su suegra o sus sobrinos, para escapar de los horrores de una Nochebuena hogareña de la que al final no pudo librarse.

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De todas formas, la iniciativa del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes es digna de elogio y debe repetirse, porque después de lo ocurrido esta vez, al año que viene se inscribirán muchos más; informados por los periódicos y la televisión, llegarán solitarios fugitivos de todas partes para acompañar al héroe de San Sebastián de los Reyes, que, escarmentado de nuevo, tal vez vuelva a apuntarse. Por si acaso, vayan preparando la cesta.

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