Tribuna:

Agenda

Se atribuye a Bernard C. Cohen la afirmación de que la prensa no consigue imponer a la gente qué ha de pensar sino sobre qué ha de pensar. Los especialistas se refieren al efecto agenda-setting, consistente en la capacidad de los medios de comunicación de masas para determinar qué asuntos son importantes para la sociedad. Esos temas trascienden, a veces, la mentalidad dominante y se imponen contra el deseo de los dirigentes políticos y de las personas que ejercen poder. Especial interés tiene el efecto cuando los hechos oponen su tozudez a los tópicos ideológicos o a los dogmas oficiales. En o...

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Se atribuye a Bernard C. Cohen la afirmación de que la prensa no consigue imponer a la gente qué ha de pensar sino sobre qué ha de pensar. Los especialistas se refieren al efecto agenda-setting, consistente en la capacidad de los medios de comunicación de masas para determinar qué asuntos son importantes para la sociedad. Esos temas trascienden, a veces, la mentalidad dominante y se imponen contra el deseo de los dirigentes políticos y de las personas que ejercen poder. Especial interés tiene el efecto cuando los hechos oponen su tozudez a los tópicos ideológicos o a los dogmas oficiales. En otras ocasiones, se desbocan conflictos que derivan hacia lo demencial. En Estados Unidos, por ejemplo, la torpeza de Clinton, el peso del espectáculo en los medios de comunicación y el ciego instinto depredador de la "mayoría moral" han llevado a una crisis donde se debate la destitución de un presidente por una aventura sexual, mientras políticos de la derecha se inmolan para arrastrarle al infierno y él se defiende lanzando misiles sobre Bagdad. Registró la agenda española muchos sobresaltos en la última etapa de hegemonía socialista. Los populares, maestros del escándalo en aquellos tiempos, han capeado algún que otro temporal y, sin despertar entusiasmos notables en la opinión pública, gobiernan una agenda en cuyos aspectos centrales ha sido incapaz de hacer mella hasta ahora la oposición. La actitud de esa "nueva derecha" tiene en Zaplana un destacado representante. La política que ha comandado desde la Generalitat está llena de acciones, y de omisiones, cuyas consecuencias inevitablemente emergerán. Esa política carece a menudo de argumentos, de justificaciones, pero no de propaganda. La práctica de un triunfalismo desenvuelto y de una agresividad sin complejos le permite afrontar con confianza el calendario de un año marcado por la contienda electoral. Acumulará, así, 1999 todavía más autoelogio a la retórica del PP y la agenda estará lastrada por la exageración. Sin embargo, hay mucho espacio en blanco en los dietarios, mucho papel de prensa por imprimir. Aunque la oposición trate de hacerse un sitio en el circo político, no lo tendrá fácil. La inercia de Zaplana, ahora mismo, parece arrolladora. La demagogia siempre lo es.

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