CRÍTICA CLÁSICA

Un relámpago: Messiaen vive

Roger Muraro Messiaen: Vingt Regards sur l"Enfant Jésus. Roger Muraro, piano. Institut Français. Valencia, 15 diciembre 1998.El Institut Français de Valencia, raro islote cultural en una ciudad inculta como pocas, conmemoró el martes el octogésimo aniversario de Olivier Messiaen, con apenas público y crítica. Ya se sabe que el autor de St. François dejó el mundo de los mortales y juguetea en el Olimpo de los inmortales, repartiendo sus ocios de eternidad entre el piano y el órgano, junto a Bach, Liszt, Mussorgski, Bartók y algún otro. Estos compañeros de viaje sideral aletean sobre los Vingt ...

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Roger Muraro Messiaen: Vingt Regards sur l"Enfant Jésus. Roger Muraro, piano. Institut Français. Valencia, 15 diciembre 1998.El Institut Français de Valencia, raro islote cultural en una ciudad inculta como pocas, conmemoró el martes el octogésimo aniversario de Olivier Messiaen, con apenas público y crítica. Ya se sabe que el autor de St. François dejó el mundo de los mortales y juguetea en el Olimpo de los inmortales, repartiendo sus ocios de eternidad entre el piano y el órgano, junto a Bach, Liszt, Mussorgski, Bartók y algún otro. Estos compañeros de viaje sideral aletean sobre los Vingt Regards, la inmensa obra iconográfico-pianística con la que Messiaen celebraba, allá por el 1944, la proximidad de la liberación. Los Vingt Regards sur l"Enfant Jésus manifiestan la fe en un Dios invisible, aunque audible, ubicado fuera del tiempo cronológico y musical, que se expresa en un "lenguaje de amor místico, a la vez variado, poderoso y tierno, a veces brutal, de órdenes multicolores". La cita, de Messiaen, glosaría a la perfección lo que el martes escuchamos al pianista francés Roger Muraro, cuyo feeling hacia esta música proviene de su aprendizaje en París, cerca de Olivier Messiaen e Yvonne Loriod. Faltan las palabras para describir los sentimientos de elevación espiritual, fiereza rítmica, rigor estructural y plenitud expresiva que Muraro prodigó a lo largo de dos horas asfixiantes. La extensión y el volumen del piano se vieron cernidas por un halo organístico que convirtió la pequeña sala del Institut en resonante bóveda, iluminada por estrellas de fuego o ensombrecida por ecos enormes de un pedal manejado con idéntica precisión a la que exhibían los dedos sobre el teclado. Si Muraro no cede a la fuerte tentación que la inspidez de nuestro mundo impone como tributo al éxito, si se mantiene fiel a su salvaje pureza de hoy, entonces podremos afirmar que Messiaen vivirá en él. De momento, quedémonos con el relámpago del martes.

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