Tribuna:

Un consejo de Cavafis

Aquel fue uno de los libros de mi adolescencia, cuando creía que unas simples palabras leídas podían salvarme la vida, o cambiar mi vida de adolescente lleno de miedo; es decir, lleno de esperanza de que el miedo acabara y empezara la vida real, adulta. Era un libro que le regalaron a mi padre, un librillo de pocas hojas y cubierta gris color de piedra, rugosa como ciertas piedras: 25 poemas de Constantino Cavafis, traducido por Elena Vidal y José Ángel Valente, editado en Málaga por Caffarena & León en 1964. Fueron los primeros poemas de Cavafis que se publicaron en castellano. Ahora un congr...

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Aquel fue uno de los libros de mi adolescencia, cuando creía que unas simples palabras leídas podían salvarme la vida, o cambiar mi vida de adolescente lleno de miedo; es decir, lleno de esperanza de que el miedo acabara y empezara la vida real, adulta. Era un libro que le regalaron a mi padre, un librillo de pocas hojas y cubierta gris color de piedra, rugosa como ciertas piedras: 25 poemas de Constantino Cavafis, traducido por Elena Vidal y José Ángel Valente, editado en Málaga por Caffarena & León en 1964. Fueron los primeros poemas de Cavafis que se publicaron en castellano. Ahora un congreso universitario recuerda en Málaga a Cavafis y edita una reproducción exacta de aquel hermoso libro inencontrable y mítico que publicaron Ángel Caffarena y Rafael León. No sé por dónde andará el ejemplar que fue de mi padre. Los buenos libros se mueven, se esconden, desaparecen un día, y quiero pensar que vuelven a nuestras manos cuando los necesitamos de verdad. Vuelven cambiados: tienen nuevas cosas que decirnos. Poco me dijeron los poemas de Cavafis las primeras veces que los leí, aunque hice inmediatamente mío un poema que hablaba precisamente de mí, de mi adolescencia: hablaba Cavafis de albañiles invisibles y silenciosos que levantaban sin piedad muros a mi alrededor, me encerraban, me dejaban fuera del mundo. Éste fue mi primer Cavafis, un libro que mi padre tenía en su mesa: las últimas veces que lo vi, se había despegado la pasta gris piedra, y una hoja estaba manchada de la tinta turquesa que usaba mi padre. Así que yo diría que Cavafis es una parte de mi patria, aunque Constantino Cavafis fuera un lejano griego de Alejandría, donde nació y murió entre 1863 y 1933. Alejandría le pesaba, porque era estrecha y porque quizá pesen todas las patrias. Alejandría es una carga, un problema, dice Cavafis, pero es como una patria porque está relacionada con los recuerdos de mi vida. Y, digo yo, quizá esto sea mi patria: los recuerdos de mi vida, mi memoria. Los poemas de Cavafis hablan de amores y placeres del día antes o de hace veinte años, y de los hechos de quienes vivieron hace diez o veinte siglos, héroes de Troya y las Termópilas, Antonio y Cleopatra y César, y esos reyes ante quienes se finge que son reyes y no son nada, los mejores personajes de Cavafis. No me extraña que en estos poemas se mezclen la tarde de ayer, pasada en un bar, y un día legendario de hace dos mil años: es que todo ocurría en la memoria de Cavafis, en su patria de recuerdos, donde lo que ha sido una vez sigue siendo siempre, siempre volviendo y ejerciendo su fuerza sobre nosotros. Poeta respetado y condecorado, un día Cavafis dio un consejo para tener éxito e inspirar respeto. Cavafis no soportaba la seriedad, o a lo sumo le bastaban una o dos horas de seriedad, un día de seriedad de vez en cuando. Prefería las bromas y los juegos de palabras, aunque reconocía que los superficiales y los ignorantes están mejor brutalmente serios, como las vacas y las ovejas, que no bromean porque no entienden. Pero, aconsejaba Cavafis, conviene aparentar seriedad aunque por dentro te rías.

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