Paco Burguera

J. J. PÉREZ BENLLOCH La ciudad de Sueca, tan suya y prolífica en punto a talentos, no ha querido esperar a que Francesc de Paula Burguera críe amapolas para rendirle un homenaje. Con buen juicio, ha considerado que cumplir 70 años y haber dedicado 50 de ellos -y alguno más- a dar el callo por los afanes y agobios colectivos del municipio y del país constituyen un bagaje sobrado para otorgarle la Medalla de Oro y dedicarle a este singular vecino un extenso programa de actos cívicos y culturales. Estando, pues, el protagonista lleno de vida, las flors i violes que se prodigan para el caso han s...

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J. J. PÉREZ BENLLOCH La ciudad de Sueca, tan suya y prolífica en punto a talentos, no ha querido esperar a que Francesc de Paula Burguera críe amapolas para rendirle un homenaje. Con buen juicio, ha considerado que cumplir 70 años y haber dedicado 50 de ellos -y alguno más- a dar el callo por los afanes y agobios colectivos del municipio y del país constituyen un bagaje sobrado para otorgarle la Medalla de Oro y dedicarle a este singular vecino un extenso programa de actos cívicos y culturales. Estando, pues, el protagonista lleno de vida, las flors i violes que se prodigan para el caso han sido festivas y exentas de necrologismo. Los fastos incluían hablar del personaje, que es tanto como decir evocar su trayectoria, desde que concibió los primeros versos y emborronó cuartillas, siempre a la vera y en estrecha comunicación con Joan Fuster. Porque Burguera, Paco Burguera para los amigos y paisanaje, es ante todo un escritor. Autor, adaptador y director de obras de teatro, como apuntó su vocación primigenia, que acaso hubiese podido cuajar en un país normalizado. Pero el país -y España- no estaba para estas delectaciones estéticas, pues eran otros y más perentorios los dramas, y nuestro hombre hubo de convertirse en "consciència crítica i veu del seu poble", como lo describe el profesor y convecino Antoni Furió en el prólogo a la excelente recopilación antológica de la obra periodística, editada con plausible cuido por el Ayuntamiento suecano. Afirma el mentado profesor que Burguera "es sustancialmente un animal político", en su acepción más generosa. No se lo discutiré. Incluso pudo ser el líder idóneo de un segmento social liberal y tocado, siquiera moderadamente, por un compromiso con el País Valenciano. Lo intentó y contribuyó con sus sólidas convicciones y capacidades. Pero, ¿dónde estaba la tropa, la sensibilidad, los liberales, en suma? No ha de extrañarnos, pues aquella inmadurez todavía se prolonga, por más que las etiquetas o siglas sugieran otra cosa. Político, sí, pero sobre todo, periodista, como revela la ingente producción de artículos publicados y que sigue tejiendo a diario. Pero, ¿qué clase de periodista? Él mismo se autodefine, en 1978, a propósito de un chispazo polémico con el profesor Manuel Broseta. "Llevo más de 30 años", escribía Paco, "preocupado por la suerte de este país nuestro... y a esa preocupación he vinculado mi vida". En efecto, esa es la preocupación que ha vertebrado su vida y su obra, tanto la provisoria, como político, como la más constante y a mi entender plena, de periodista beligerante y enraizado. Pertenece Paco al linaje, por desgracia parco y en peligro de extinción, de los periodistas indígenas que aúnan un cabal conocimiento de nuestras entretelas sociales e históricas, una aguda aptitud para el análisis y, sobre todo, la temeridad de entrar a todos los trapos que, de cerca o de lejos, nos importen o deban importar. Martín Domínguez, Vicent Ventura, alguno más, pocos, y, como ellos, Burguera se ha echado a la espalda la responsabilidad de dar testimonio o de dar caña, sacudiendo las memorias o abogando por nuestras causas. Su itinerario profesional, obviamente, y en mímesis con el de los citados colegas, no ha sido cómodo y tampoco han faltado ocasiones para que se frustrase. Le ha salvado su voluntad, su compromiso, algo tan admirable como la ironía soca-rel que vetea su prosa. ¿Pero ha de ser todo y aquí tan difícil para los mejores?

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