Tribuna:

Perspectivas

La semana pasada dediqué esta columna a los obispos andaluces que habían exigido en su reunión de Chipiona nuevos planes de estudio con más valores espirituales, algo muy necesario para una enseñanza pública como Dios manda. Creo que se notó demasiado en mis argumentaciones que soy poco partidario de este Papa y de sus campañas evangelizadoras, porque no comulgo con los sermones sobre la homosexualidad, el aborto, los preservativos, el Opus y la teología de la liberación. En fin, más que un Santo Padre, me parece un simple ciudadano dudoso. Por obra y gracia de aquella columna papal he tenido ...

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La semana pasada dediqué esta columna a los obispos andaluces que habían exigido en su reunión de Chipiona nuevos planes de estudio con más valores espirituales, algo muy necesario para una enseñanza pública como Dios manda. Creo que se notó demasiado en mis argumentaciones que soy poco partidario de este Papa y de sus campañas evangelizadoras, porque no comulgo con los sermones sobre la homosexualidad, el aborto, los preservativos, el Opus y la teología de la liberación. En fin, más que un Santo Padre, me parece un simple ciudadano dudoso. Por obra y gracia de aquella columna papal he tenido algunas discusiones, muchas regañinas amistosas y varios avisos espirituales indignados. Mi anticlericalismo, que fue un acto de defensa propia, sentó mal. Seguramente por culpa del peligroso laberinto hermenéutico de las perspectivas y las interpretaciones. ¡Lo que son las cosas! Mientras algunos lectores se indignaban por mi dureza sarcástica con el Papa y los obispos, yo empezaba a dudar de mí, temblaba, caía en la tentación de la ternura psicológica, considerando mis arrebatadas protestas como un signo de vejez o de debilidad, como una vuelta al redil, como un acercamiento a la Iglesia, un eco freudiano de mi educación católica. Sólo los creyentes pueden indignarse con un Papa, porque los ciudadanos laicos contemplan el teatro de la jerarquía religiosa con la más absoluta indiferencia. Al leer mi columna, hice examen de conciencia y me pregunté: ¿estaré volviendo al seno de la Iglesia? Mi sentimiento antipapal resultaba peligrosamente cristiano, como si de verdad incluyera las costumbres de los ministros de Dios en mis preocupaciones más íntimas. Por deformación profesional, empecé a recordar citas literarias, nombres de escritores, títulos de libros clásicos y católicos. La divina comedia de Dante es una especie de hermosísimo videojuego teológico, en el que el alma humana va pasando las pantallas del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. De la mano de Virgilio y Beatriz, el poeta conoce los tormentos demoníacos, las heridas de esa loba que llamamos codicia, las escaleras de la redención y los placeres de la belleza divina. Ya en las altas esferas de la verdad, al encontrarse con San Pedro, Dante aprovecha la ocasión para preguntarle por los papas romanos. Y San Pedro opina: "Con pieles de pastor, lobos feroces / desde aquí puedo ver, de prado en prado". Quizá por eso el divino Petrarca escribió sus poemas contra la ciudad papal, acusándola de ser la gran prostituta de la historia. Y tal vez por la misma razón Alfonso de Valdés compuso su Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, justificando la destrucción de unos poderes infectados de corrupción, hipocresía y avaricia. Debo sentir todavía el catolicismo para indignarme de esta manera con los sermones del Papa y con la pronunciación plastificada de sus obispos. Como ocurría con los anticlericales de La Regenta, mis gritos huelen a humo de vela y sacristía. No se enfaden ustedes conmigo cuando critico a las altas dignidades del sacerdocio, porque en mis palabras puede esconderse una inmediata vuelta al redil. Aunque por mi parte, prometo pensarme mejor las cosas y no volver a caer en la tentación. Amén.

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