Reportaje:

Bizancio en Torrejón

Una hacienda del siglo XVI atesora una de las colecciones de iconos más deslumbrantes de Europa

Las nubes de septiembre avanzan despacio. Dejan un poso de penumbra sobre la campiña que el Jarama y el Henares riegan. De pronto, el cielo se estremece. Aviones gigantescos color aluminio rasgan abruptamente la mañana. El ronquido atormentado de sus reactores se apodera del pedazo de cielo que envuelve de azul Torrejón de Ardoz. A la entrada de la bulliciosa ciudad, un jardín con verjas tapizadas de cipreses esconde un remanso cuya paz el fragor de los aviones, sin embargo, no puede violentar.El lugar se llama La Casa Grande. Se trata de una mansión solariega, con dos alturas, tejas anaranjad...

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Las nubes de septiembre avanzan despacio. Dejan un poso de penumbra sobre la campiña que el Jarama y el Henares riegan. De pronto, el cielo se estremece. Aviones gigantescos color aluminio rasgan abruptamente la mañana. El ronquido atormentado de sus reactores se apodera del pedazo de cielo que envuelve de azul Torrejón de Ardoz. A la entrada de la bulliciosa ciudad, un jardín con verjas tapizadas de cipreses esconde un remanso cuya paz el fragor de los aviones, sin embargo, no puede violentar.El lugar se llama La Casa Grande. Se trata de una mansión solariega, con dos alturas, tejas anaranjadas, muros de mampostería y ventanas de rejas forjadas. Su porte es sobrio. Rezuma frescura. Es el vestigio sobreviviente de una hacienda agrícola de más de dos mil hectáreas, dedicada al cultivo de cereales, aceite y vino. Fue levantada por María de Austria, hermana de Felipe II, quien fundara en Madrid el Colegio Imperial para el adiestramiento en artes y letras de los nobles de la Corte de España. La Casa Grande de Torrejón era la finca que abastecía de alimentos el instituto nobiliario madrileño. Albergaba, además, un taller de cerámica de donde surgían las panzudas tinajas que ocuparon sus bodegas, rebosantes de vino, trigo y aceite.

Regida por la Compañía de Jesús hasta su expulsión de España en 1767, distintos propietarios la convirtieron en granja modelo de Castilla. En 1973 se encontraba en ruinas. Rafael Onieva, un industrial cordobés diseñador de un prototipo de motocicleta, se hizo cargo de la casona en 1974. Fue redecorada a la usanza del XVI, el siglo de Castilla, y transformada en un complejo hotelero. Onieva decidió crear un museo en la bodega, para exponer de forma permanente la colección de Serguéi Otzup, un ex oficial de la guardia zarista al que había conocido exiliado en España.

Su afición por los iconos, joyas pictóricas del arte sacral bizantino, le llevó a reunir una colección privada considerada por el marqués de Lozoya, historiador y crítico de arte, como la mejor de Europa occidental y una de las mejores del mundo. La bodega fue habilitada: sus techos, revestidos de panes de oro; sus muros y suelos, ricamente adornados. Sobre paneles signados por centurias con los nombres de las escuelas de Novgorod, Moscú, Pskov, fueron colocadas las mejores tablas de la colección Otzup: barnizadas, polícromas, anónimas y reproducidas desde el siglo XII de polidnikis, guías de modelos de arte sacro.

Los iconos parecen horadar los muros entelados del salón con un millar de ventanas desde donde imágenes de santos, Demetrio, Jorge, Mitrofán, y rostros de la divinidad, observaran impasiblemente a los visitantes. Son una invitación a adentrarse al territorio de la quietud del espíritu, un paraje donde el crepitar de la ciudad sucumbe ante la emoción del silencio ensimismado.

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