Tribuna:

Inauguración académica

E. CERDÁN TATO La presencia policial en la solemnidad de los actos que abrieron un nuevo curso en las universidades de aquel ducado, no respondía más que al apasionamiento de los miembros de la seguridad nacional por la escolástica y el cálculo diferencial. Sus jefes sonreían complacidos y enviaban mensajes de muecas cifradas a sus hombres, para que aprovecharan aquella ocasión de extender sus conocimientos y de anotar minuciosamente los argumentos más elevados de la lección magistral, y, posteriormente, estudiarlos y analizarlos como es de menester. Aquel ducado era un ducado muy culto. El S...

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E. CERDÁN TATO La presencia policial en la solemnidad de los actos que abrieron un nuevo curso en las universidades de aquel ducado, no respondía más que al apasionamiento de los miembros de la seguridad nacional por la escolástica y el cálculo diferencial. Sus jefes sonreían complacidos y enviaban mensajes de muecas cifradas a sus hombres, para que aprovecharan aquella ocasión de extender sus conocimientos y de anotar minuciosamente los argumentos más elevados de la lección magistral, y, posteriormente, estudiarlos y analizarlos como es de menester. Aquel ducado era un ducado muy culto. El Señor ya se lo había advertido al pueblo, por el circuito privado de su televisión: mis servicios sí que son servicios de inteligencia, tanto que en sus sobaqueras portan tratados de álgebra del nueve largo y estilográficas de tinta lacrimógena. Sin embargo, en la capital, un grupo de jóvenes universitarios se desbocó y tuvo que recibir el amparo del juicioso y paciente rector. En los territorios de un sur evanescente y de muy confusa planimetría, no se contó con su florida persona: envió un breve, con el guión del protocolo memorizado y conciliador. También en tan remoto lugar, unos cuantos alumnos pretendieron desencadenar una algarada, pero otro rector igualmente razonable y tolerante los disuadió, para que al patricio consejero no sufriera lipotimia ni vahído alguno; cuánta finura. En ambos casos, los correspondientes discursos se produjeron con una elocuencia elegante, académica y rogativa. Pero la malicia siempre lee los interlineados. Y los interlineados están en los posos de unas urnas. Por cierto que en la universidad de ese sur que tampoco existe, se inauguró una escultura monumental, espléndida y sólida. Su autor explicó cierto simbolismo de paz y concordia. Pero, con el tiempo, los arqueólogos verán otra realidad: una mano cercenada, censurada, que sostiene entre sus dedos un instrumento de expresión dirigido al cielo. Quizá sólo pretendía escribirle a Dios una preguntita: ¿qué hemos hecho para merecernos esto?

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