ELECCIONES EN ALEMANIA

El triunfo del instinto de poder

El futuro canciller logra el objetivo por el que ha luchado con todas las armas y recorrido todo el espectro ideolóico

ENVIADO ESPECIALEl mismo Gerhard Schröder, de 54 años, confirma la autenticidad de la anécdota, citada en casi todos los perfiles biográficos escritos estos días. Los hechos se remontan a principios de los años ochenta. Schröder hacía poco que había estrenado su escaño en el Parlamento Federal (Bundestag) y pertenecía al grupo de diputados izquierdistas del grupo parlamentario socialdemócrata (SPD), que se reunían en tertulia en una taberna ya desaparecida llamada Die Provinz (La Provincia), situada justo enfrente de la cancillería federal en Bonn. Una noche, al regresar a casa, tras haber tra...

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ENVIADO ESPECIALEl mismo Gerhard Schröder, de 54 años, confirma la autenticidad de la anécdota, citada en casi todos los perfiles biográficos escritos estos días. Los hechos se remontan a principios de los años ochenta. Schröder hacía poco que había estrenado su escaño en el Parlamento Federal (Bundestag) y pertenecía al grupo de diputados izquierdistas del grupo parlamentario socialdemócrata (SPD), que se reunían en tertulia en una taberna ya desaparecida llamada Die Provinz (La Provincia), situada justo enfrente de la cancillería federal en Bonn. Una noche, al regresar a casa, tras haber trasegado una elevada cantidad de cervezas, Schröder caminaba al lado de la verja del parque de la cancillería, se paró y, agarrado a los barrotes de hierro, gritó: "¡Quiero entrar aquí!". Ayer su sueño se hizo realidad. Los hagiógrafos se basan en esta escena para mostrar su voluntad de llegar al cargo más alto al que puede aspirar un político alemán con vocación de poder: canciller federal.

No tiene el menor reparo el ayer vencedor en reconocer su ansia de poder: "Quien tiene el poder escoge la música y el que no lo tiene, lo tiene más difícil". Vocación e instinto de poder no le faltan a Schröder, quien, hasta acabar con los 16 años de la era Kohl y devolver la socialdemocracia al gobierno en Alemania, ha dado todos los virajes políticos imaginables, peleado un sinfín de batallas, sobre todo en su propio partido, y dejado el camino sembrado de agraviados y resentidos, además de jirones de su vida personal.

El ex presidente del SPD, candidato a canciller derrotado por Helmut Kohl en 1983, Hans-Jochen Vogel, escribe en sus memorias: "El ansia de poder de Schröder es sin duda impresionante, pero se plantea cada vez más la cuestión de para qué piensa emplear ese poder por el que lucha y si su propia presencia en los medios de comunicación no es para él más importante, que el interés global de la socialdemocracia, que nadie puede utilizar como trampolín para sus propios saltos. Tal como actúa Schröder hasta ahora, no sólo ha dañado mucho al partido, sino también a él mismo".

Casado en cuartas nupcias con la periodista Doris Köpf no ha tenido hijos propios. Schröder comenta, con una cierta dosis de cinismo: "Cambio de familia cada 12 años". Los temas privados en Alemania se consideran tabú y no se explotan en las batallas políticas. No obstante, algunas organizaciones de las juventudes de la Unión Cristiana Democrática no pudieron resistir la tentación e imprimieron durante la campaña electoral unas camisetas con el texto: "No voten por Schröder. Tres esposas no pueden haberse equivocado".

La forma directa en que afronta sus divorcios responde al mismo mecanismo, sin tapujos, con que replica a los ataques de sus adversarios políticos o las objeciones sobre su carácter. En un acto público en Essen, Schröder no se recata en asegurar que si en la presidencia del SPD se votase sobre si él es un mal bicho "una mayoría votaría que sí y yo también". En una biografía de los periodistas Bela Anda y Rolf Kleine, explica Schröder: "Cuando se ha recorrido un camino en la vida como el mío, con un ascenso desde abajo del todo, uno está siempre dispuesto para la pelea, siempre al acecho, porque alguien te podría quitar algo".

Sus comienzos no pudieron ser más duros, con una biografía digna de una película neorealista de la posguerra. Schröder, nacido el 7 de abril de 1944, siete semanas antes del final de la guerra mundial, no conoció a su padre, un humilde trabajador de parque de atracciones, que cayó en Rumania tres o cuatro días después del nacimiento de su hijo. Su madre, viuda de guerra, sacó adelante a Gerd y una hermana cinco años mayor, a base de limpiar casas y pasar toda clase de penalidades. Casada en segundas nupcias con un obrero sin especialización, enfermo de tuberculosis, la familia se incrementó con otros tres hijos, dos mujeres y un hombre. Con el padrastro internado en el hospital, le corresponde a Schröder asumir el papel de hombre de la casa en un ambiente proletario de penuria económica. A base de esfuerzo y penalidades, de combinar trabajos y estudio, Schröder se abre paso en la vida, en un ambiente donde se llega a la meta con callos en los codos, producto del esfuerzo y los codazos que hay que dar para ganar puestos. Así consiguió licenciarse en Derecho y aprobar los exámenes de Estado, que le permiten empezar a trabajar como abogado. Los años de la revuelta de los estudiantes en 1968 no le causan un impacto especial. "No soy uno del 68", dice Schröder, que no se jacta de intelectual y de quien se dice que sólo lee las solapas de los libros. Por esos tiempos ya ha ingresado en las Juventudes Socialistas (Jusos), que traen de cabeza al partido madre, el SPD, que no gana para disgustos con su radicalizada organización juvenil.

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A esa generación de los años gloriosos de los Jusos, mediados de los setenta, pertenecen los políticos que hoy día mandan en el SPD: el presidente del Sarre y del partido, Oskar Lafontaine; el jefe del grupo parlamentario y candidato a canciller derrotado en 1994, Rudolf Scharping; la hoy diputada y experta en asuntos europeos, Heidi Wieczorek-Zeul, a quien en esas fecha llamaban Heidi la roja y que llegó a proponer un límite en los ingresos de 5.000 marcos netos (425.000 pesetas al cambio actual). Los Jusos se dividían en varias familias: antirrevisionistas, reformistas, los del Stamokap, críticos del capitalismo monopolista del Estado. Las peleas entre los grupos eran feroces y en ese medio se curtió Schröder en la política e incluso llegó a la presidencia de los Jusos, donde se apuñalaban y traicionaban unos a otros. Tras apoyarse en los Stamokap para ganar la presidencia, luego se los quitó de encima, cuando dejaron de servirle.

Al cumplir 35 años tuvo que dejar la presidencia de los Jusos, por rebasar la edad, pero Schröder estaba ya bastante curtido para entrar en las listas de candidatos al Bundestag y consiguió un escaño por Hannover. Llega al Bundestag en Bonn, cuando la coalición socioliberal (SPD-FDP) da sus últimas boqueadas y mandaba en el SPD la troika formada Helmut Schmidt en la cancillería, Willy Brandt en la presidencia del partido y Herbert Wehner en la jefatura del grupo parlamentario. En aquellos tiempos Schröder no vacilaba en definirse como marxista, "la teoría del marxismo me fascinaba entonces. Proponía ayudar a los oprimidos y luchar por la justicia en el mundo. Entonces pensábamos que las degeneraciones del marxismo tenían menos que ver con Marx que con la aplicación de sus teorías". Consideraba entonces el próximo canciller germano que "la Constitución alemana deja abierta la posibilidad de socializar los medios de producción". Se encontraba en esos tiempos a Schröder en todas las causas progresistas: contra la energía nuclear, contra el rearme atómico de la OTAN, contra la represión de los comunistas en la administración pública. El abogado Schröder defiende al abogado Horst Mahler, condenado por terrorismo y complicidad con el Grupo Baader-Meinhof.

Tras comprobrar que, perdido el poder por el SPD, en Bonn no había nada que hacer, Schröder emigra a la provincia, a Baja Sajonia. Es derrotado en las elecciones en 1986, pero se impone cuatro años más tarde y forma un gobierno de coalición con Los Verdes. A partir de ese momento Schröder se convierte en uno de los factores de poder en el SPD, en el que la generación de los nietos de Brandt toma el relevo. Los antiguos jusos se enzarzan en peleas en las que vale todo por conseguir el poder en el partido y se destrozan entre ellos en un continuo tejer y destejer de alianzas.

En 1993 se plantea la lucha por la presidencia del SPD y Schröder lanza su candidatura, cuando todavía no se ha consumado la dimisión del saliente Björn Engholm. Su gesto se interpreta como una falta de lealtad. Contra él conspiran Lafontaine, Scharping y el veterano e influyente Johannes Rau. En unas primarias compiten por la presidencia Scharping, Heidi Wieczorez-Zeul y Schröder. Gana las elecciones Scharping, quien luego fracasa en su intento de llegar a la cancillería en 1994.

Schröder ya ha dejado hace tiempo de ser el izquierdista que apoyaba todas las causas progresistas. Ahora aparece con frecuencia al lado del presidente de la Volkswagen, Ferdinand Piech, y se gana a pulso el mote de Genosse der Bosse, expresión que rima en alemán y significa "el amigo de los patronos". De esa nueva etapa de su carrera data la foto en que aparece vestido de frac en un palco de la Ópera de Viena durante el baile anual, al lado de su tercera esposa Hiltrud, a quien en Alemania comparaban con Hillary Clinton por su protagonismo político. El matrimonio duró pocas semanas.

Los continuos ataques y zancadillas a Scharping provocan que éste le expulse del puesto de portavoz de asuntos económicos del SPD. Schröder se venga con sus declaraciones, en las que deja claro que él habría ganado las elecciones a Kohl y no vacila en calificar de mediocres a los dirigentes del SPD. En el congreso de Mannheim, en noviembre de 1995, Lafontaine conspira contra Scharping y le arrebata la presidencia del SPD. Desde entonces los dos forman un dúo de intereses, sin decidir hasta última hora quién sera el candidato a canciller. El arrollador triunfo de Schröder en las elecciones del pasado 1 de marzo en Baja Sajonia, con casi el 48% de votos, le convierten en el candidato indiscutido del SPD para derrocar a Kohl.

Sus biógrafos le definen como un hombre lleno de contradiciones: lleno de fuerza y sensible, fuerte y sentimental, abierto al mundo y provinciano. Un político que no puede ya encasillarse ni en la derecha, ni en la izquierda, porque ya ha ocupado todas las posiciones posibles y ha demostrado ser un perfecto vendedor de cualquier mercancía que le sirva en su camino hacia el poder. Como dijo en una ocasión: "Aquí lo que están en juego son las mayorías y no quién tiene razón".

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