Tribuna

La hora del cambio

Apenas dos meses después del fracaso en el Mundial de Francia, la selección española vuelve a manifestar una crisis que ha alcanzado una magnitud extraordinaria por la terquedad y la falta de un proyecto coherente en la Federación, por la resistencia de Clemente a aceptar su responsabilidad en el desplome y por el triste papel de los futbolistas, instalados comodamente como personajes secundarios, endebles en sus opiniones y en su juego. Comienza a resultar patético el interés de los jugadores en proteger a su protector. "Vamos a dedicarle la victoria en Chipre", dijeron en la víspera del part...

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Apenas dos meses después del fracaso en el Mundial de Francia, la selección española vuelve a manifestar una crisis que ha alcanzado una magnitud extraordinaria por la terquedad y la falta de un proyecto coherente en la Federación, por la resistencia de Clemente a aceptar su responsabilidad en el desplome y por el triste papel de los futbolistas, instalados comodamente como personajes secundarios, endebles en sus opiniones y en su juego. Comienza a resultar patético el interés de los jugadores en proteger a su protector. "Vamos a dedicarle la victoria en Chipre", dijeron en la víspera del partido. Tanta adhesión biunívoca comienza a ser sospechosa. La impresión es que se alimentado un modelo endogámico y comodón. Hay tanta pereza que a los jugadores les resultó imposible estar a la altura de sus promesas. Su desidia en el partido de Chipre resultó escandalosa. Y el efecto de una derrota humillante les contamina tanto como a Clemente y la Federación, empeñada en mirar hacia otra parte en mitad de un problemón.Si algo tiene el desastre de Chipre es una lectura moral. Se hicieron mal las cosas durante la crisis de la Copa del Mundo y ahora se pagan las consecuencias. Detrás de la catástrofe de Francia 98 hay una herida que no se cierra con falsos y patéticos cambios de imagen. El problema es real y se ha agudizado en la primera ocasión. Clemente debió dimitir por su fracaso en junio, por el descrédito que le acompaña y por una actitud que convierte al equipo español en una campo de batalla y no en un escenario de concordia. Como seleccionador está quemado y expuesto a desventuras como la de Chipre. Clemente no dispone en estos momentos de ninguna de las condiciones para generar un clima de ilusión y encabezar proyecto alguno en nuestro fútbol. Su obstinación en permanecer en el cargo abunda en la idea de un hombre que ha perdido el rumbo y el sentido de la realidad.

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Pero el efecto de la catástrofe de Chipre rebasa la figura del seleccionador y alcanza a quienes le mantienen sin razones objetivas. En el encastillamiento de la federación en torno a Clemente se advierte una falta evidente de perspectiva, una política de vuelo gallinaceo y un sentido deplorable del compadreo. Tan responsable de la crisis es Clemente como quien le protege sin ningún sentido en momentos del máximo bochorno para el fútbol español. Nadie como Villar escenifica la parálisis reinante. Nadie como él sostiene un discurso tan vacío. Nadie parece tan ajeno al clamor que se abate sobre la selección y su entorno. Por todo eso, la marea no puede detenerse en Clemente.

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