Entrevista:DESVÁN DE OFICIOSFERIANTES

"La baja natalidad condena a los tiovivos"

La reordenación de una avenida hará desaparecer pronto el veterano carrusell de la plaza de Castilla

Thomas Malthus estaría contento, pero el matrimonio Moreno se queja con amargura: el descenso de la natalidad golpea en la plaza de Castilla. A la sombra de la Puerta de Europa, vulgo torres KIO, esta pareja mayor regenta uno de los últimos carruseles infantiles de Madrid. "Cada vez hay menos niños y esto no recompensa", sostiene el matrimonio.Desde hace más de tres décadas, Águeda Revilla (de 70 años) y Faustino Moreno (con 80 cumplidos) hacen girar el tiovivo, y con él, las sonrisas infantiles. Después de escuchar los campanilleos que varias generaciones han tañido en el diminuto coche de bo...

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Thomas Malthus estaría contento, pero el matrimonio Moreno se queja con amargura: el descenso de la natalidad golpea en la plaza de Castilla. A la sombra de la Puerta de Europa, vulgo torres KIO, esta pareja mayor regenta uno de los últimos carruseles infantiles de Madrid. "Cada vez hay menos niños y esto no recompensa", sostiene el matrimonio.Desde hace más de tres décadas, Águeda Revilla (de 70 años) y Faustino Moreno (con 80 cumplidos) hacen girar el tiovivo, y con él, las sonrisas infantiles. Después de escuchar los campanilleos que varias generaciones han tañido en el diminuto coche de bomberos, la pareja sabe que su atracción dejará pronto de dar vueltas. "Esto está condenado, porque cada vez hay menos niños. La gente no quiere tenerlos porque dan mucha guerra y cuestan mucho dinero. Hay que llevarlos a las guarderías, ya que las madres trabajan. Nosotros vivimos gracias a los abuelos, que son quienes traen a los críos aquí. En realidad, ahora el negocio está en el ocio para la gente mayor", explica la mujer.

-¿Tanto notan el bajón demográfico?

-Hombre, hace unos doce años, venían 500 niños al día, y ahora, mire usted: llegan de uno en uno. Eso no compensa, porque hay que poner el carrusel en marcha sólo para un niño y se gasta más luz.

Doña Águeda da al interruptor y el tiovivo gira para una pequeña solitaria que ha elegido viajar en una taza giratoria. Podía haber optado por un autobús con hechuras de los años sesenta, por un tanque, un velero o incluso por un avión igualmente veteranos. El viaje a la ilusión cuesta 150 pesetas, o menos si se compran varias fichas a la vez.

"Toda la calle de Bravo Murillo está llena de cacharritos de esos que columpian al niño por 20 duros. También está el Parque de Atracciones. Además, antes los niños no iban todo el día en coche, y esto les hacía ilusión. En fin, que todo resta", añade don Faustino.

Las amenazas que se ciernen sobre el tiovivo de la plaza de Castilla no son sólo demográficas o de competencia en el ramo del ocio infantil. También son urbanísticas. La remodelación de La Ventilla, un barrio de casitas bajas hundido entre los rascacielos de lujo y el populoso barrio del Pilar, ha sentenciado el carrusel de los Moreno.

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"Cuando abran la nueva avenida de Asturias, tenemos que marcharnos de aquí", explica doña Águeda en la roulotte aneja a la atracción. A su espalda se abre el inmenso vacío de casas y chabolas derribadas para abrir paso al vial y a los bloques del renaciente barrio. "Ahí vivían sobre todo traperos que iban a la busca. Volvían con los carromatos por Bravo Murillo", detalla la mujer con tintes barojianos. Aunque nacida en Burgos, lleva más de media vida en la zona. Pero a veteranía le gana su marido: 66 años en el entorno de la plaza de Castilla, en un barrio, Tetuán, que con los años ha perdido el apellido africanista: de las Victorias.

"Antes, cuando aún no llegaba el metro, a la plaza de Castilla se le llamaba "el hotel del Negro". Aquí se hacían las verbenas", recuerda el hombre. En aquellos solares, el matrimonio instaló, hace 37 años, un tiro al blanco, predecesor del tiovivo que llegó tres o cuatro años después. "Nos pusimos a plaza muerta", añade.

-¿Qué significa eso?

-Pues que nos instalamos de forma fija, no sólo para la verbena. Antes de las escopetas y los carricoches, los Moreno ya eran veteranos feriantes en kermeses como la de San Antonio. "Allí teníamos la foto de la carcajada", relata la mujer. Eran siluetas descabezadas que formaban escenas diversas. El cliente sólo tenía que poner el rostro para convertirse en un pastor o en una niñera, por ejemplo. Entonces, doña Águeda disparaba la cámara y don Faustino revelaba la instantánea. "Una vez vino la hija de Franco", recuerda la mujer. Como los retratos no siempre eran del agrado de los clientes, los Moreno cambiaron de atracción y se instalaron en la plaza de Castilla.

A estas alturas, el lugar es su segunda casa, de la que sólo desertan los días ventosos o de aguacero, porque entonces "esto parece Siberia". Cuando el tiempo es bueno, convierten esta desangelada esquina de la plaza en un rincón hogareño. Alrededor del carrusel, ahora abierto sólo por la tarde, instalan sillas de formica para los adultos.

Este oasis junto a los rascacielos desaparecerá en silencio. "Ya se lo tengo dicho a los señores del Ayuntamiento: el día que tengamos que irnos, nos iremos, sin escándalo y sin reclamar nada", señala la mujer. Cree que no tardará en llegar esa fecha, aún sin fijar en la agenda municipal. Pero, hasta que la excavadora afile los dientes, los Moreno llenarán de ilusión la plaza de Castilla. Aunque falten niños para disfrutarla. Después, el tiovivo perderá sus dos últimas sílabas: morirá.

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