Editorial:

El tiempo y el cambio climático

En tiempos precientíficos la variabilidad históricamente comprobable de la meteorología se ventilaba con frases como "el tiempo está loco", y su comportamiento se consideraba algo ajeno al común de los mortales, que lo sufrían, pero no podían hacer nada contra su inclemencia. Ahora, cada vez que los sucesos meteorológicos se convierten en noticia, surge la preocupación por el cambio climático. ¿Estarán las catastróficas inundaciones en China relacionadas con un calentamiento de la Tierra debido a la intervención humana desde el inicio de la revolución industrial, o serán un avatar más de los c...

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En tiempos precientíficos la variabilidad históricamente comprobable de la meteorología se ventilaba con frases como "el tiempo está loco", y su comportamiento se consideraba algo ajeno al común de los mortales, que lo sufrían, pero no podían hacer nada contra su inclemencia. Ahora, cada vez que los sucesos meteorológicos se convierten en noticia, surge la preocupación por el cambio climático. ¿Estarán las catastróficas inundaciones en China relacionadas con un calentamiento de la Tierra debido a la intervención humana desde el inicio de la revolución industrial, o serán un avatar más de los ciclos naturales, un instante apenas en la sucesión de eras glaciares e interglaciares en la historia del planeta? Los modelos indican la posibilidad de cambio climático, pero no sí éste ya ha comenzado. Mientras se acumulan y analizan los datos, la incógnita no se despejará por lo menos antes del año 2000. El problema se presentará cuando se conozca con suficiente certeza que las emisiones de gases del efecto invernadero están influyendo en el clima terrestre, y es muy posible que entonces ya sea tarde para evitar los efectos indeseables y seguramente graves del cambio. Por eso es preocupante la parálisis política que ha seguido a la identificación del problema, a partir de la Cumbre de la Tierra en 1992, de la que surgió el Tratado sobre Cambios Climáticos, auspiciado por la ONU y ratificado por la inmensa mayoría de los Estados.

En la última reunión en torno a este tratado, celebrada el pasado diciembre en la ciudad japonesa de Kioto, los países industrializados acordaron reducir sus emisiones para el año 2010 en un 5% como media con respecto a 1990. Pero de las palabras no se ha pasado a los hechos, como prueba la evidencia de que Estados Unidos, el país que más contamina, puede retrasar indefinidamente la aplicación de las medidas.

Limitar las emisiones es probablemente una de las mayores revoluciones posibles de este fin de siglo, porque afectaría a todos los procesos productivos y al propio nivel de vida de la humanidad, pero, a medida que se cobre conciencia sobre la necesidad de no jugar con el clima es previsible que se hallen formas no traumáticas de tratar el problema. Lo que preocupa es el tiempo; pero no el meteorológico, sino el del reloj.

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