Una deuda de horror

Relato de una inmigrante nigeriana muy enferma tras prostituirse para pagar su viaje a España

Una cinta de pelo amarilla y unas zapatillas de color naranjas fosforito son las únicas notas de alegría en la vida de Ángela Ngori, nigeriana de 23 años. Una habitación del área de nefrología de la Fundación Hospital Alcorcón (142.000 habitantes) acoge desde el pasado 22 de julio a esta inmigrante que tuvo que prostituirse en la Casa de Campo para poder pagar su billete de llegada a la esclavitud. Ahora sólo pide salir cuanto antes del centro hospitalario y conseguir un trabajo para vivir en España. Está sola, no conoce a nadie. Su mirada triste y su reticencia a ser fotografiada de frente co...

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Una cinta de pelo amarilla y unas zapatillas de color naranjas fosforito son las únicas notas de alegría en la vida de Ángela Ngori, nigeriana de 23 años. Una habitación del área de nefrología de la Fundación Hospital Alcorcón (142.000 habitantes) acoge desde el pasado 22 de julio a esta inmigrante que tuvo que prostituirse en la Casa de Campo para poder pagar su billete de llegada a la esclavitud. Ahora sólo pide salir cuanto antes del centro hospitalario y conseguir un trabajo para vivir en España. Está sola, no conoce a nadie. Su mirada triste y su reticencia a ser fotografiada de frente contrastan con sus ganas de hablar, eso sí, en inglés. La historia de Ángela (su verdadero nombre en Nigeria es N"Gozi) comienza en Lagos. La sexta de los diez hijos de un matrimonio de un pueblo llamado Agbor vivía con su hermana y trabajaba en la capital como diseñadora de moda. Su ilusión en todo momento fue dar el salto a Europa y continuar su labor en el viejo continente. Para ello habló con sus amigos, que le presentaron a un tal señor Dilly. "Le conté mi historia y al final quedamos en que yo le pagaría el viaje a su mujer cuando llegara a España", explica la inmigrante. Desde entonces, sólo ha visto a Dilly una vez en España.

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Su trabajo iba a consistir en recoger tomates en la huerta murciana hasta poder pagar el billete y realizar su sueño de trabajar en Europa. Su llegada la realizó a través de Suiza. Tras hacer escala allí, llegó al aeropuerto de Barajas. Llevaba una dirección de Móstoles, donde contactó con Theresa O. A., de 33 años, más conocida por Tessy.

Tras coger un taxi y llegar a su destino, se encontró con la cruda realidad. La mujer de su protector en Nigeria la recibió diciéndole que su viaje había costado más de lo previsto, así que les adeudaba 3.000 dólares (medio millón de pesetas). Para pagarles tendría que prostituirse. "Nunca me dijeron, antes de llegar, nada sobre la prostitución", asegura Ángela.

El horror la invadió cuando sus jefes le tomaron muestras de sangre y pelo. La amenazaron con hacer conjuros y magia negra si no se prostituía. "Estaba aterrorizada por todo lo que podían hacerme, pero no tenía otra forma de trabajar y de pagarles", narra la enferma. Todo el dinero que ganaba se lo entregaba a Tessy. De hecho, no se quedaba nada ni para sus gastos personales.

Su lugar de trabajo, al igual que otras inmigrantes llegadas de África, era Batán y los alrededores del lago de la Casa de Campo. Su horario, todas las noches de la semana. No quiere decir cuánto cobraba a los clientes y zanja la cuestión con un susurro: "No lo recuerdo". "Unas noches estaba unas dos horas y otras pasaba más tiempo. A veces, si había terminado muy cansada del día anterior, me quedaba en casa", señala con reservas.

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A pesar de que nadie la vigilaba, según explica, nunca pensó en escapar. Una de las razones es que no tenía ni amigos ni lugares a los que acudir. Eso le hizo soportar todo el sufrimiento que se le venía encima, afirma.

El punto y aparte de su historia llegó el pasado 22 de julio, cuando tuvo que ingresar por urgencias en este hospital. Se le diagnosticó insuficiencia renal crónica agravada con un proceso infeccioso. Su pronóstico es aún grave, a pesar de que ha transcurrido casi un mes. Cada dos días recibe diálisis porque sus riñones no funcionan bien. Su familia se enteró el martes de todo lo sucedido en España: ese día se lo comunicó a la hermana que tiene en Lagos.

Ahora lo único que quiere es un trabajo estable, "de cualquier cosa, siempre que no tenga nada que ver con la prostitución". Cuando salga del hospital (todavía no hay fecha, pues todo depende de la evolución de su insuficiencia renal) no tendrá lugar al que acudir: "Tengo amigas entre las compañeras que estaban conmigo en la Casa de Campo, pero no sé dónde viven. Realmente desconozco lo que haré cuando me den el alta", explica con gran preocupación.

Ángela desconoce su situación legal. No logra precisar si es una inmigrante ilegal o una refugiada. Lo que tiene claro es que no quiere volver a Nigeria. Lo consideraría un fracaso. No desea convertirse en una cifra más en la estadística de ilegales que llegan a España en busca de una vida mejor. Aunque sea recogiendo tomates.

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