Tribuna:

UN INSTANTE DE FELICIDAD El mundo

Antes de que le conectaran la gran caja, Felicidad solía dormir con el teléfono al lado. Algunas noches se quedaba mirándolo y pensaba que muchos amigos remotos estaban allí, a un golpe de teclas. Nunca llamó a nadie, por educación y por no saber bien qué haber dicho en el caso de hallarlos. Pero la maravillosa certeza de tener el mundo cifrado protagonizó algunos de sus mejores duermevelas. Luego, la gran caja iluminada multiplicó hasta el infinito su nombre, los nombres. La otra noche encontró en la caja algo que le devolvió a su infancia telemática. Un lugar donde el mundo figura con nombr...

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Antes de que le conectaran la gran caja, Felicidad solía dormir con el teléfono al lado. Algunas noches se quedaba mirándolo y pensaba que muchos amigos remotos estaban allí, a un golpe de teclas. Nunca llamó a nadie, por educación y por no saber bien qué haber dicho en el caso de hallarlos. Pero la maravillosa certeza de tener el mundo cifrado protagonizó algunos de sus mejores duermevelas. Luego, la gran caja iluminada multiplicó hasta el infinito su nombre, los nombres. La otra noche encontró en la caja algo que le devolvió a su infancia telemática. Un lugar donde el mundo figura con nombres y apellidos, con sus ciudades, sus calles y sus casas. Un listín del mundo encontró. Aunque no pudo encontrar españoles en España. Los abonados de España son de los poquísimos que no están en el mundo. Recordó con desdén los habituales forcejeos de Telefónica con sus súbditos: "Me tendrá que dar los dos apellidos" / "Si no me dice la ciudad..." / "Imposible, el domicilio no puedo facilitárselo" / "Deme la dirección, porque salen 50 como usted dice". Así que pasó a Europa. Ajajá: Weskham seguía en su lugar de Marburg, Buoncristiani en su piso del Testaccio romano y Merian en su minúsculo apartamento del puerto de Marsella. Luego pasó a Buenos Aires: Graciela Adán debió de casarse. Al alba buscaba apellidos en ciudades de la India donde nunca estuvo ni supo de nadie.

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