Tribuna

La cabeza alta

Por alguna razón, ahora mismo, una vez que todos nosotros nos hemos convertido nada más que en una parte del día después, lo primero de lo que me acuerdo es del narrador de una novela inquietante que Giorgio Manganelli publicó a mediados de los ochenta, Del infierno, un hombre que cuenta su historia sin llegar a saber si mientras habla está vivo o ya muerto. Tal vez es porque al escuchar a Clemente y a algunos jugadores de la selección da la impresión de que tampoco son conscientes de si están fuera o dentro del Mundial; de si se han hundido o aún flotan; de si han hecho el ridículo o d...

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Por alguna razón, ahora mismo, una vez que todos nosotros nos hemos convertido nada más que en una parte del día después, lo primero de lo que me acuerdo es del narrador de una novela inquietante que Giorgio Manganelli publicó a mediados de los ochenta, Del infierno, un hombre que cuenta su historia sin llegar a saber si mientras habla está vivo o ya muerto. Tal vez es porque al escuchar a Clemente y a algunos jugadores de la selección da la impresión de que tampoco son conscientes de si están fuera o dentro del Mundial; de si se han hundido o aún flotan; de si han hecho el ridículo o deben ser considerados como una especie extraña y hasta ahora desconocida: la de los héroes con mala suerte.Unos continúan jurando que nuestro equipo está lleno de grandes estrellas y que lo único que pasa es que a cada Armada Invencible le llega su Trafalgar. Otros se siguen quejando de lo mal que les trata la prensa . Otros parecen salir de entre las ruinas inmaculadamente blancos.

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Y ésos, aunque actúen de forma defensiva, como quien quiere esconder su miedo o esquivar un golpe, son los que más preocupan, los más inexplicables; ésos que dicen: "Volvemos a casa, pero con la cabeza muy alta".

¿Por qué? ¿Qué clase de orgullo pueden rescatar nuestros jugadores del hecho de haber sido eliminados por Paraguay? Lo peor de todo -porque de ser así afectaría no sólo a nuestro pasado, sino también al porvenir- es que parece dar la razón a los que piensan que hay algo congénito en nuestros futbolistas, algo que tiene que ver con nuestra idiosincrasia y que los convierte en perdedores natos, en gente acomplejada y cobarde, dotada para las pequeñas escaramuzas e inútil en las verdaderas batallas, mentalmente débil e incapaz de asumir sus responsabilidades.

Lo cierto es que, incluso más allá de Clemente, cuya mezcla de chulería fuera del campo y miedo dentro de él han destruido nada más que a su equipo, hay que preguntarse si no estaremos aplicándole cada fin de semana una lupa de aumento a nuestros jugadores, si de verdad son tan buenos como parecen. O puede que sea mejor para el espectáculo no hacerse preguntas, limitarse a despedazar al Clemente, Miera, Santamaría o Miguel Muñoz de turno. Mientras tanto, la diana de los italianos o los alemanes está llena de agujeros y la nuestra sigue casi sin estrenar.

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