Tribuna:

Vuelta a casa

JOSEP TORRENT El lizondismo, o lo que queda de él: unos apellidos comunes, una colla de amigos y un sindicato de intereses políticos, ha vuelto a casa, ha regresado al útero materno del que salió para buscarse la vida a su aire, alcanzar la mayoría de edad y presumir de independencia. Hubo un tiempo en que el bigote de González Lizondo compartía cartel con el imponente rostro de Fraga Iribarne. A la sombra de aquella Coalición Popular se desarrolló un nuevo regionalismo valenciano caracterizado por su anticatalanismo visceral y una mezcla de Lerroux, Concha Piquer y el maestro Serrano. Un bue...

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JOSEP TORRENT El lizondismo, o lo que queda de él: unos apellidos comunes, una colla de amigos y un sindicato de intereses políticos, ha vuelto a casa, ha regresado al útero materno del que salió para buscarse la vida a su aire, alcanzar la mayoría de edad y presumir de independencia. Hubo un tiempo en que el bigote de González Lizondo compartía cartel con el imponente rostro de Fraga Iribarne. A la sombra de aquella Coalición Popular se desarrolló un nuevo regionalismo valenciano caracterizado por su anticatalanismo visceral y una mezcla de Lerroux, Concha Piquer y el maestro Serrano. Un buen día, Lizondo decidió afeitarse el bigote, adquirió una VPO y abandonó la habitación con derecho a cocina en la que vivía realquilado por los populares. Se estableció por su cuenta, fundó una familia política y vio crecer a sus vástagos sin caer en la cuenta que éstos, ambiciosos como eran, lejos de conformarse con el pisito querían una vivienda de lujo. El final de la historia es conocido: la mayoría de los hijos, salvo unos pocos, expulsaron al padre de casa, quien falleció al poco de encontrarse en la intemperie. Ahora, los escasos retoños que permanecieron fieles a la memoria, que no a la obra, de Lizondo han aceptado volver a vivir realquilados en una habitación con derecho a cocina en la mansión de los populares. Y como hay más alegría en el cielo por un pecador arrepentido que por cien justos, Zaplana y los suyos les montaron un banquete por todo lo alto para demostrarles su felicidad en la Feria de Valencia. Y allí hubo desde lágrimas sentidas, pocas, hasta torrentes cocodrilescos. El brillo en los ojos de muchos no emborronaba las cuentas que echaban en la calculadora electoral. X de lizondismo por Y de zaplanismo me da un punto que resto a UV. Y así iban. Llorosos pero con la vista puesta en el Senado, en la Oficina de la Comunidad en Bruselas o en las próximas candidaturas municipales y autonómicas, que la penas con pan son menos. Los hijos pródigos habían vuelto a casa. Bienvenidos y que les aproveche.

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