Tribuna:

Resaca

JAIME ESQUEMBRE Por las mañanas, resaca. Al mediodía, truenos. La siesta, vespertina, y el desfile, nocturno. Vuelta a pelear por una mesa en la que renovar colesterol y prepararse para unas horas de baile y copeteo en locales y barracas que ofrecen actuaciones de saldo. Cada año lo mismo. Así vive la inmensa mayoría de los alicantinos sus fiestas mayores, que reclaman a gritos fuertes dosis de renovación so pena de quedar reducidas a una manifestación folclórica de participación minoritaria, que ya lo son, o un engorro de obligado padecimiento para quienes no entienden que la integración pa...

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JAIME ESQUEMBRE Por las mañanas, resaca. Al mediodía, truenos. La siesta, vespertina, y el desfile, nocturno. Vuelta a pelear por una mesa en la que renovar colesterol y prepararse para unas horas de baile y copeteo en locales y barracas que ofrecen actuaciones de saldo. Cada año lo mismo. Así vive la inmensa mayoría de los alicantinos sus fiestas mayores, que reclaman a gritos fuertes dosis de renovación so pena de quedar reducidas a una manifestación folclórica de participación minoritaria, que ya lo son, o un engorro de obligado padecimiento para quienes no entienden que la integración pasa inexorablemente por lucir manteleta, enfundarse un zaragüell o pasear un chaleco plagado de condecoraciones festeras. Hay festeros que se quejan por el escaso público en los desfiles, sobre todo pasado el ecuador de la serpenteante marcha. ¿Pero qué sentido tiene ver pasar a 6.000 personas vestidas del mismo modo, al mismo paso y al son de la misma música durante más de cuatro horas? ¿Qué interés, salvo inconfesables tendencias masoquistas, repetir el martirizante ejercicio al día siguiente, cuando lo único que diferencia el acto es el ramo de flores que se añade al atuendo de las belleas? Vista la primera comitiva, vistas todas. La situación justifica, también, que los jóvenes no se sientan atraídos por la fiesta, que para ellos significa cuatro días de vacaciones adelantadas, en los que consiguen con relativa facilidad permiso para llegar a casa de madrugada, después de pasar horas y horas en sus locales preferidos y habituales, sin más visión de las Fogueres que lo que se cruza en su camino. ¿Resultado? El censo festero no crece. La fiesta está estancada, y se imponen cambios generalizados, y no limitados a la imaginación de los artistas que, visto lo visto, son los únicos que innovan, arriesgan y evolucionan. Porque para muchos de los residentes en Alicante, el espectáculo se limita a recorrer las fogueres, asistir a la mascletà y disfrutar de la siempre atractiva cremà. Y así será hasta que alguien remedie la cojera de la fiesta.

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