Tribuna:

"Prefiero cavar"

A la tertulia de vetustos llegó, como era inevitable, el asunto de las famosas pastillas Viagra. Se le dio trato circunspecto, respetuoso incluso, sorprendente en aquel rebaño de viejos machos ibéricos, residenciados en la decrepitud. Siempre fue hábito muy extendido entre los varones madrileños desgranar, con mayor o menor discreción, la reseña de las proezas amorosas, escuchadas siempre con el mayor escepticismo y reserva y consentidas por el implícito turno de réplicas propias. En esta asignatura se confirma la vanagloria de lo que se carece. El mayor crédito se confinaba, precisamente, ent...

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A la tertulia de vetustos llegó, como era inevitable, el asunto de las famosas pastillas Viagra. Se le dio trato circunspecto, respetuoso incluso, sorprendente en aquel rebaño de viejos machos ibéricos, residenciados en la decrepitud. Siempre fue hábito muy extendido entre los varones madrileños desgranar, con mayor o menor discreción, la reseña de las proezas amorosas, escuchadas siempre con el mayor escepticismo y reserva y consentidas por el implícito turno de réplicas propias. En esta asignatura se confirma la vanagloria de lo que se carece. El mayor crédito se confinaba, precisamente, entre los menos presumidos.La tónica general en el frívolo areópago ha sido una perseverante afición hacia las mujeres, tomadas liberalmente como género, en el que cabían desde 1a princesa más o menos altiva hasta la putita de Riscal, sin desdeñar el gremio del espectáculo o el recurso pudiente a los sigilosos servicios de distintas Madames Claude que, según fidedignas referencias, tuvieron abiertos salones y alcobas en la capital.

Era de buen tono mostrar el indispensable tacto para que cualquiera pudiese adivinar la importancia del objetivo, especialmente si se trataba de la esposa de los amigos. Un cínico francés dijo que si no se intenta seducir a la mujer del amigo, ¿a quién entonces? Caído el duelo en desuso, imagino que el adulterio perdió uno de sus atractivos, hoy más bien objeto de trato en la llamada prensa del corazón.

El injurioso paso de los años devalúa la jactancia, y aquellos chismes que ocuparon buena parte de la cháchara del mediodía vienen suplantados por las melancólicas alusiones al pretérito esplendor, personal y social. Se habla de lo que nos inflige la televisión de cada día, algún libro profusamente publicitado, ciertas películas de estreno, quizá piezas teatrales y, con mayor frecuencia, el tema favorito de los viejos: su propio pasado, maquillado a veces de forma sonrojante. Resultó imposible soslayar el tema de la pastilla revolucionaria, puesta sobre el velador con reticencias. La reacción inicial derivó hacia el comentario jocoso, y advertí un soterrado y compartido sentimiento de irritación entre aquellas sesudas y ya casi asexuadas criaturas.

Tema impopular, sin duda. El bocazas que nunca falta en toda circunstancia planteó la insinuación con detestable jovialidad: "¿Qué, muchachos, ya la habéis probado?". Obtuvo un espeso silencio, miradas de fastidio y un cambio de conversación, aceptado con alivio, regresando a las cuestiones verdaderamente trascendentales, como las faenas cimeras en la Feria de San Isidro, las expectativas del Mundial de fútbol o la meritoria actuación de las raquetas hispanas en el Roland Garros. Quien crea que ésa es fórmula definitiva para contener el impulso lenguaraz de una peña de carcamales vive de espaldas a la realidad, porque el impertinente volvió a la carga. Después, alguien recordó el dato, remoto e incongruente, de que hubiese pasado parte de la juventud en un seminario.

Entre los presentes se encuentra un contemporáneo a quien, a lo largo de muchos años, envidiamos y admiramos. Hombre de elevada estatura, agradable semblante, notable deportista, rico por su casa, condescendiente con los compañeros y galante con las señoras, nunca tuvo que envanecerse de sus indudables y copiosos éxitos en campo de plumas, que eran casi axiomáticos. Acude con irregularidad a estas reuniones, apoyado en un bastón que hace juego con la ropa que le corta, desde siempre, un experto sastre londinense. El antedicho pelmazo, creyendo encontrar la interlocución y el interés fallido en el semidesahuciado Casanova, insistió, sin atisbos de finura: "Vamos, chico, convendrás conmigo en que esa pastilla le viene bien a cualquiera, ¿verdad?". Tardó unos segundos en responder, como si no le hubiese escuchado. Aunque ni sus más allegados le tuvieran por hombre despejado e inteligente -no se puede tener todo-, la respuesta resultó antológica: "¿Tomar, a mi edad, una píldora para hacer el amor? Prefiero cavar". Creo que los presentes retuvimos pronunciar la palabra hebrea que se nos antojaba de la mayor oportunidad y justeza: "Amén". Dicho todo lo que antecede sin ánimo de generalizar ni molestar a nadie, por supuesto.

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