Tribuna:

Democracia auscultativa

Dice Joaquín Almunia que el partido no puede perder el tiempo en un congreso porque hay algo más importante que hacer: ganar las elecciones. Dicen los dirigentes socialistas a todo aquél que les pregunta por qué se metieron en el lío del pacto con Nueva Izquierda que quieren ganar las elecciones y Cristina Almeida da muy bien en las encuestas.Esta banalización de la política, convertida en una prolongación del fútbol por otros medios, no es una exclusiva de los socialistas. Por todas partes estamos viendo cómo la democracia representativa se metamorfosea en democracia de los sondeos. Cada vez ...

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Dice Joaquín Almunia que el partido no puede perder el tiempo en un congreso porque hay algo más importante que hacer: ganar las elecciones. Dicen los dirigentes socialistas a todo aquél que les pregunta por qué se metieron en el lío del pacto con Nueva Izquierda que quieren ganar las elecciones y Cristina Almeida da muy bien en las encuestas.Esta banalización de la política, convertida en una prolongación del fútbol por otros medios, no es una exclusiva de los socialistas. Por todas partes estamos viendo cómo la democracia representativa se metamorfosea en democracia de los sondeos. Cada vez son más los gobernantes que toman sus decisiones al albur de lo que dice la grada. Es una peligrosa degeneración de la democracia, que plantea un grave problema: la cuestión de la responsabilidad. En efecto, pilotando la nave al rumbo que marcan los sondeos, el gobernante renuncia a su responsabilidad principal, la toma de decisiones, cargándola sobre las espaldas de la opinión pública para poder decir: "Yo he hecho lo que la gente quería". Pero esta transferencia de responsabilidad es falsa porque no aumenta la participación de la ciudadanía en el proceso de decisión democrática. Al contrario, se la aleja de la acción política confinándola al papel pasivo de sujeto que contesta encuestas. De modo que el gobernante elude su responsabilidad apoyándose en las opiniones dadas anónimamente, y a menudo en caliente, por los encuestados, pero no ofrece a los ciudadanos la posibilidad de protagonizar el acto responsable de la toma de decisiones porque éste sólo puede ser fruto de una mayor participación democrática, que nada tiene que ver con un sondeo. Conclusión: nadie es responsable. Y, como dicen los socialistas, lo más importante es ganar las próximas elecciones.

La pregunta "¿ganar para qué?" es interpretada como una impertinencia. Y de este modo la renovación socialista va camino de convertirse en un concurso de mejores comunicadores del año. ¿Por qué Almeida? Porque da bien en las encuestas y gusta a las mujeres. ¿Por qué Mendiluce? Porque tiene tirón entre los jóvenes. Habrá que preguntar ¿qué es el PSOE: una tertulia, una ONG, o un partido político? Es la senda de la quiebra de la responsabilidad.

Después de dos años de un Gobierno, el del PP, que se mueve a golpe de sondeo de opinión, cabría esperar de los socialistas cierta recuperación del sentido de la política. Están en la misma onda que sus rivales. Sin duda, es la estética la que perderá al PP. Si no fuera por su mal estilo no se entendería que no consigan despegar en los sondeos en un momento en que tienen el viento a favor. Pero también contribuye a su estancamiento la escasa seguridad que ofrece un Gobierno sin opinión propia, que lanza propuestas y no tiene el coraje de mantenerlas. El más leve bufido de la opinión pública sirve para cargarse sus iniciativas. Los ciudadanos quieren Gobiernos que inspiren confianza. Un Gobierno incapaz de mantener su criterio es poco de fiar.

Los socialistas van por el mismo camino. En vez de hacer la renovación ideológica pendiente, buscan cabezas de cartel con pedigree mediático. De este modo les queda tiempo libre para pelearse en temas de organización y funcionamiento, ante el desconcierto de la militancia que envió un mensaje claro en las primarias. No es nada fácil recomponer el equilibrio en el PSOE. La experiencia dice que las direcciones bicéfalas sólo funcionan cuando está claro quién manda. Puede mandar el responsable orgánico, como en el PNV, o el candidato-presidente, como en Convergència, pero en ambos casos la pareja funciona porque uno de los dos tiene la autoridad reconocida. En el PSOE mandan dos, es decir, en la práctica ninguno. Y el mar de fondo crece. Dos incidentes más y el Congreso será inevitable, dicen. Probablemente sea cierto, aunque el camino no esté exento de riesgos: ¿qué pasaría si Borrell perdiera el congreso?

El PSOE debe saber que los milagros no existen. Que las primarias dieron un buen chute moral. Pero que casi todo está por hacer, salvo, de momento, el nombre del candidato. Y si ganar es lo único importante, lo más probable es que se acabe perdiendo. La gente tiene derecho a pedir por qué y para qué se quiere gobernar.

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