Editorial:

Circo ruso

EL ESPECTÁCULO que está ofreciendo Rusia es más propio de una república bananera, que del país más grande del mundo y una de las dos superpotencias nucleares, con aspiraciones a convertirse en una democracia de corte occidental. El presidente Borís Yeltsin despidió el 23 de marzo a su jefe de Gobierno durante mas de cinco años y, a estas alturas, todavía no está claro por qué lo hizo ni por qué eligió como sustituto a un ex banquero de 35 años con sólo cuatro meses de experiencia como ministro.El resultado es que el Gobierno sigue en funciones, que la Duma ha rechazado ya una vez a Serguéi Kir...

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EL ESPECTÁCULO que está ofreciendo Rusia es más propio de una república bananera, que del país más grande del mundo y una de las dos superpotencias nucleares, con aspiraciones a convertirse en una democracia de corte occidental. El presidente Borís Yeltsin despidió el 23 de marzo a su jefe de Gobierno durante mas de cinco años y, a estas alturas, todavía no está claro por qué lo hizo ni por qué eligió como sustituto a un ex banquero de 35 años con sólo cuatro meses de experiencia como ministro.El resultado es que el Gobierno sigue en funciones, que la Duma ha rechazado ya una vez a Serguéi Kiriyenko y que, si lo hace otras dos, se expone a que Yeltsin la disuelva y convoque elecciones anticipadas. Eso no sería bueno para la Cámara, puede que tampoco para Yeltsin y de ninguna manera para Rusia. Éste podía haber sido el primer año, desde el nacimiento de la nueva Rusia, en que se frenara el declive económico y se iniciase el proceso de recuperación. Algo imposible sin estabilidad política. Pero eso es algo difícil de conseguir cuando en el poder supremo hay un viejo zorro forjado en la dura escuela de la nomenklatura comunista, cansado y enfermo, con sus facultades sensiblemente mermadas y con una obsesión casi enfermiza por mantenerse en el poder.

Puede parecer sorprendente que, pese a todo, la máquina del Estado no se haya detenido por completo. Incluso se han tomado algunas decisiones vitales, como la firma por Kiriyenko y por Serguéi Dubinin, presidente del Banco Central, de la declaración que fija las grandes líneas de la política económica. Era el paso que el Fondo Monetario Internacional exigía para desbloquear sus créditos. Si todo se ajusta al guión previsto, de aquí a finales de 1999, el Fondo entregará a Rusia unos 450.000 millones de pesetas. El desenlace del embrollo es todavía imprevisible. Hay vanos precedentes de que, puesta entre la espada y la pared, la Duma, dominada por la oposición nacionalista y comunista, termine por plegarse a los deseos del líder del Kremlin. Yeltsin, sin duda, confía en que ahora ocurra lo mismo.

Muchos de los 143 votos que Kiriyenko obtuvo el pasado viernes (necesitaba 226) sólo se explican por el deseo de muchos diputados de no arriesgar su escaño -y sus privilegios-. Ojalá hubiera sido a causa de la sorprendente actuación del candidato, con una soltura, serenidad y dominio de los temas que descalifican a quienes insisten en describirle como un pelele del. presidente. Yeltsin trata a la Duma con desprecio. Ayer mismo dio prueba de ello al anunciar que resolverá los problemas de los diputados "a cambio de una conducta constructiva", pero que la decisión sólo se aplicará después del viernes; es decir, una vez que se vea el sentido del voto de la Cámara.

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El escenario político es una jaula de grillos. Unos quieren vender sus votos por un par de carteras ministeriales. Otros amenazan con recurrir al Constitucional para impedir que el líder del Kremlin vuelva a presentar a un candidato ya rechazado. Otros más pretenden que sea el presidente del Consejo de la Federación, y no el primer ministro, el designado para la eventual sustitucion de Yeltsin en caso de incapacidad. Hay quienes, en fin, quieren que el sufragio sea abierto para evitar rupturas de la disciplina. Y Yeltsin, que ha repetido hasta la saciedad que no aceptará un Gobierno de coalición, ya da a entender que podría asumir algunas propuestas. de candidatos a ministros llegadas desde la Duma.

El país está al borde de la bancarrota y sólo una paciencia forjada en 74 años de autoritarismo impide una explosión social. La Constitución da a Yeltsin la facultad de destituir y nombrar Gobiernos, y la Duma está en su derecho de resistirse a su caprichosa voluntad. Pero ambos deberían entender que Rusia necesita un Gobierno, y cuanto antes.

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