Cartas al director

¿Pluralismo y tolerancia?

Quiero entender que Giovanni Sartori (Pluralismo y tolerancia, EL PAÍS, 8 de marzo de 1998, página 15) no pretende justificar el rechazo al diferente. Su artículo, con gran nivel académico y teórico, propone la reciprocidad y otras cosas admirables, y casi casi lo vas admitiendo. Sin embargo, al final dice: "Los extranjeros... que se proponen permanecer extraños... inevitablemente suscitan reacciones de rechazo...". Éste es un argumento que se ha utilizado muchas veces para justificar-explicar el antisemitismo. Aquí el profesor parece quererlo usar para justificar el antimusulmanismo.Se...

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Quiero entender que Giovanni Sartori (Pluralismo y tolerancia, EL PAÍS, 8 de marzo de 1998, página 15) no pretende justificar el rechazo al diferente. Su artículo, con gran nivel académico y teórico, propone la reciprocidad y otras cosas admirables, y casi casi lo vas admitiendo. Sin embargo, al final dice: "Los extranjeros... que se proponen permanecer extraños... inevitablemente suscitan reacciones de rechazo...". Éste es un argumento que se ha utilizado muchas veces para justificar-explicar el antisemitismo. Aquí el profesor parece quererlo usar para justificar el antimusulmanismo.Seamos tolerantes: bienvenido el inmigrante que quiere permanecer extraño mediante la conservación de inofensivas e incluso bonitas (o simplemente pintorescas) costumbres: ropas, cantos, ritos, comidas... Sólo rechacemos esas costumbres que son dañinas para otros (mantener encerrada a la mujer, evitar la escolarización de las niñas, etcétera). En ese caso: rechacemos no por inmigrante, ni por diferente, sino por violar la ley, aplicando la misma justicia que a los demás. Y lo siento, profesor Sartori, lo demás son cuentos, ni pluralismo ni tolerancia.

Una historia de Nueva York: iba por una calle céntrica y se paró cerca de mí uno de los destartalados taxis neoyorquinos. Salió el taxista y extendió una vieja toalla en la acera. Encima de la toalla, se quitó los zapatos. Yo seguí andando, pensando "un chalado neoyorquino más". Descalzo, el taxista se puso de rodillas sobre su vieja toalla e inclinó la cabeza hacia el Este, hacia La Meca. De pronto, entendí. Seguí mi camino con el corazón lleno de felicidad, de ver la variedad y la ingeniosidad humana, y la capacidad de constancia. ¿Será que el profesor Sartori no compartiría mi felicidad?- . .

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