Tribuna:

Despropósitos

Son despropósitos descabalados, heterogéneos, pero cosiéndolos sale un edredón variopinto de esta ciudad llamada Madrid. Por ejemplo, cierta mañana, hace poco, vi un camión cisterna de la Campsa abrevando agua muy rica del Canal en una boca de riego de Bravo Murillo. Hasta ese momento, yo siempre había pensado que los vehículos de esas características bebían, y expelían, gasolina. Por ejemplo, otra mañana cualquiera iba a cruzar la Gran Vía desde San Bernardo, con la luz verde peatonal diciendo "venid, hijos míos, sentaos a la derecha del padre", cuando un vehículo que descendía desalado desde...

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Son despropósitos descabalados, heterogéneos, pero cosiéndolos sale un edredón variopinto de esta ciudad llamada Madrid. Por ejemplo, cierta mañana, hace poco, vi un camión cisterna de la Campsa abrevando agua muy rica del Canal en una boca de riego de Bravo Murillo. Hasta ese momento, yo siempre había pensado que los vehículos de esas características bebían, y expelían, gasolina. Por ejemplo, otra mañana cualquiera iba a cruzar la Gran Vía desde San Bernardo, con la luz verde peatonal diciendo "venid, hijos míos, sentaos a la derecha del padre", cuando un vehículo que descendía desalado desde Callao a golpe de luces flamígeras y sirenas ululantes, nos obligó a mí y al resto de la grey peatonal a abortar la maniobra. No obstante su velocidad supersónica, pude percatarme de que se trataba de un furgón funerario. Hasta ese momento yo siempre había supuesto que los muertos no tenían prisa.Mi vecino Mariano se jubiló el hombre a la edad reglamentaria, y desde ese mismo instante lanzóse a disfrutar exhaustivamente todos los gozos y privilegios de eso que llaman la tercera edad. Se sabe al dedillo dónde hay partida de dominó y café con leche a 35 pesetas para los pensionistas (en la Caja de Madrid, si les interesa saberlo), dónde les dan de merendar gratis una vez a la semana (en la parroquia de Santa María Micaela) y dónde se ofrecen los viajes más fastuosos a los precios más irrisorios, siempre para la golden age. Bueno, pues hace un rato pasaba yo disimulando por delante de su banco en el bulevar, dotado de marquesina de gorras de visera y verja de cachavas, y no me sirvieron de nada mis instrumentos de navegación antirradar. Me avistó Mariano, se levantó como un ariete y vino a resumirme las cuitas que sin duda estaba exponiendo a su vez a los contertulios, de quienes se ha convertido en líder. Resulta que había visto, en la tele y en todas partes, como el resto de los españoles, el anuncio de Telefónica sobre el descuento del 60% a mayores de 60 años en llamadas interprovinciales, así como otras drásticas rebajas para familias cristianas, menores de 35 años y qué sé yo. Y Mariano, menudo es, marcó el 004 inmediatamente. Le dijeron que sí, bueno, que eso, en fin, "ya sabe que las cosas de palacio van despacio" y, ejem, ya se enterarán ustedes cuando lo aprueben. Mariano se puso hecho una fiera, y sostiene, jactancioso, que mandó a su comunicante a un sitio. Perdónele, gentil señorita del 004, llevaba tan bien el tema de la jubilación... Y ahora, esto.

Hace unos días tuve el honor de ser invitado por un hotel capitalino de gran lujo a la cena de San Valentín, o más bien, a una premiére de la misma. La hora de la convocatoria resultaba rarita, 7.30, pero como el establecimiento pertenece a una multinacional extranjera... Encontré a una colega de televisión sentadita muy modosa en la zona de recepción. Había llegado puntualísima, el restaurante estaba en penumbras, le dijeron que esperase, esperó. A las 7.50 osamos asomar el cuezo, fuimos admitidos... en la cocina. Allí estaba el muy chevronné jefe de cocina francés, que actúa como asesor coquinario del hotel, su discípulo, también galo, cocinero de la casa, y un surtido variado de jóvenes ejecutivos que venían, sonreían y se iban. Entre todos nos contaron que habían tenido la feliz idea de que probáramos allí mismo, en la cocina y de pie, los platos que habrían de constituir la futura cena. La idea resultaba deliciosa, añadieron encantados. A mí no me lo pareció tanto. La estancia era diminuta, el fogón exhalaba un calor insoportable, el cubo de la basura con la tapadera ladeada y restos de granadas saliéndose por todas partes no le ponía a uno, etcétera.

A eso de las ocho comenzó la orgía. Nos advirtieron con la última sonrisa (luego se desentendieron de nosotros para siempre) que tendríamos que ser rapiditos, que los clientes comenzaban a llegar al comedor a las 8.30. Nos dieron un platillo con unas porciones homeopáticas de vieiras y trufas, otro plato con salmón (para compartir) que llamaban ravioli y no lo era... Nos tranquilizaron explicando que el día de la cena de verdad aquello se convertiría en ravioli de verdad, pregunté que si nos habían llevado de cobayas, dijeron que sí... y a poco nos echaban, muy finos.

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